Como todos sabéis, el 23 de diciembre nació nuestro príncipe Eric (*) y nuestra vida gira en torno a él, 24 horas al día. ¿Y sabéis qué? A pesar del cansancio y la falta de sueño, ¡ya no puedo imaginarme mi vida sin el peque! Ni puedo ni quiero, vaya. Es increíble cómo se puede llegar a querer a esa personita en tan poco tiempo, en tan pocos segundos… Fue verle «volar» por la sala de partos, acabado de nacer y saber que ése era mi hijo y sin saber exactamente cómo, quererle. Y quererle mucho.

En fin, que me pongo tontorrona. Al tema. Hoy quiero hablaros del parto y la lactancia. Como ya sabéis, no tuve un parto vaginal, sino que me hicieron cesárea y tampoco puedo dar el pecho a Eric, le damos el biberón. Ambas cosas parece que crean mucha controversia, sobre todo la segunda. Os explico. Siempre que digo que le damos el biberón, siempre hay alguien que pregunta con un tonillo algo ‘acusatorio’ «¿es que no le das el pecho? ¿por qué no le das el pecho?». Quizá no lo hagan con mala intención, pero sinceramente, cansa. No, no le doy el pecho y las razones son mías y sólo mías y no tengo que justificarme ante nadie ni sentirme inferior o peor madre por darle lactancia artificial a mi hijo. Vale, quizá son las hormonas hablando por mí, lo acepto, pero molesta muchísimo cuando absolutamente todo el mundo (excluyendo amigos y familiares, que quede claro… me refiero a gente desconocida) te lo pregunta con ese «tonillo» de superioridad. Pues no, no le doy el pecho a mi hijo y no porque no quiera, sino porque no puedo. Hace 9 años me operaron del pecho y en consecuencia no puedo dar de mamar. Es una razón médica y totalmente válida, pero sinceramente, no tengo por qué justificar mi decisión de darle lactancia artificial… si hubiese decidido dar biberón por otras razones, más personales, sería lo mismo. La decisión es de los padres y la presión que actualmente hay sobre las madres y la lactancia natural es brutal, ¡demasiado! Todos sabemos que la lactancia materna es muchísimo mejor, sí, pero cuando unos padres se deciden por la lactancia artificial sus razones tienen y lo han sopesado todo bien… ¡no les presionemos más!
Con la cesárea también hay opiniones de todo tipo, aunque en este caso son más las madres las que se presionan a sí mismas. Yo sabía que tenía todas las papeletas para la cesárea, pues Eric venía de nalgas y tanto la forma de mi útero, como su tamaño y la falta de líquido amniótico hacían casi imposible que se girara. Así que cuando entré en urgencias ginecológicas después de haber roto aguas, sabía que probablemente me harían una cesárea en unas horas… y así fue. Y sí, la cesárea no es ideal, desde luego, pero supongo que todo depende de cómo se lo tome cada uno. Estás sola en la sala de partos, echas en falta a tu pareja a tu lado (y sinceramente, te sientes muy sola… aunque en mi caso el personal de la clínica me ayudó muchísimo, hablando conmigo todo el rato, bromeando, etc.), no ‘sientes’ a tu hijo ni le ves nacer y apenas le ves unos segundos volando encima tuyo, no ves nada más, no eres «partícipe» de nada (¡ni casi un mero espectador! Pues básicamente no ves nada). Sí, es un rollo, porque además cuando pasan unas horas, tienes 14 grapas que hacen que te duela todo y no puedas hacer demasiado… a pesar de querer, porque tu hijo recién nacido está ahí. Desde luego, no es ideal, es una operación en toda regla, pero yo creo que es importante tomárselo lo mejor posible. En mi caso, estuve bromeando y siguiendo el juego de todos los médicos y matronas que pululaban por ahí, intenté escuchar todo lo que sucedía a mi alrededor (nunca olvidaré cuando uno de los ginecólogos dijo «a la de tres» y luego contaron ‘un, dos, tres’ y sacaron a Eric), intenté concentrarme en la presión que sentía en mi vientre e imaginarme qué estaban haciendo (no sientes dolor, pero sí sientes que te apretujan y te tocan por ahí) e intenté disfrutar de la imagen de ver a mi hijo volando encima mío acabado de nacer y tenerlo al lado mío, gracias a la matrona Dory, que me lo acercó y pacientemente dejó que hablara con él 2 minutos, aunque no podía ni abrazarle, ni tocarle ni nada (porque tenía vías en un lado y me miraban la tensión en el otro brazo). Y cuando se llevaron a Eric con papá, me concentré en recordar cada minuto de lo que había sucedido para que no se me olvidara jamás. Y en poco rato me llevaron a la habitación y pude reunirme con mis dos hombretones y besarles a los dos… y me quedo con eso. Sí, no podía moverme y pasé toda la noche sin poder moverme, pero a la mañana siguiente pedí que me quitaran la sonda, puse todo mi empeño en levantarme (¡y mira que me dolían las grapas cantidad! ¡Me dolía todo, de hecho!) y estuve todo el día levantada por la habitación, porque quería estar bien para abrazar a mi hijo y a mi marido y disfrutar con ellos al máximo. Y así lo hice cada día, obligándome a ver el lado bueno de las cosas y olvidar el dolor. Y quizá por eso me dieron el alta a los 3 días y no a los 5 como suele ser normal con las cesáreas… pero es que me moría de ganas de irme a casita con mis hombretones! :))))
No puedo comparar la experiencia con un parto vaginal, porque no lo he tenido, pero puedo imaginarlo y las diferencias son muchas. Y tengo dos opciones: o llorar por no haber tenido la oportunidad de disfrutar del parto vaginal o intentar recordar todo lo que sucedió durante mi cesárea. Y he escogido la segunda opción, ^_^.
Un beso,
Lau
(*) A nuestro príncipe Eric le llamamos mucho «Mr. President» y a Luis le gusta decir cuando salimos con el cochecito que utiliza el ‘Ground Force One’, ^_^. Sips, tamos locos, pero es lo que tiene ver la serie «El ala oeste de la Casa Blanca» y que Eric sea el más importante de la casa, el que manda, vaya :)))