Esta mañana nos hemos levantado un poco más temprano de lo habitual (¡pero no mucho, eh!) y después de desayunar hemos hecho el check-out. Esto de no tener que preocuparse por llevar las maletas, que los del hotel lo hagan todo, es una auténtica maravilla. A las 9:40h han venido a recogernos para llevarnos al helipuerto, ya que a las 10h cogíamos un vuelo en helicóptero a Mahé, último destino de nuestro viaje seychelliano.
La idea original era hacer lo que hace todo el mundo: coger un ferry de La Digue a Praslin y desde allí otro a Mahé, pero viendo cómo está el mar, los grandes oleajes y los posibles mareos en un trayecto de más de una hora (posibles en el caso de Laura; seguros en el de Luis ^_^), decidimos cambiar de idea y aprovechar un medio de transporte que nos gusta mucho más: el helicóptero. Así, además, podíamos ver las islas desde el aire y llegar mucho más rápido a Mahé (el trayecto es de únicamente 20 minutos, mientras que con ferrys, son 15 minutos a Praslin, una hora u hora y media de espera al ferry hacia Mahé, y luego una hora más de ferry). Está claro que ambos somos más de aire que de agua, ¡al menos en lo que a medio de transporte se refiere!
El helicóptero:
Nosotros:
El piloto se ha dado una primera vuelta por La Digue así de regalo, para que todos pudiéramos ver las maravillosas playas de esta isla desde el cielo (especialmente Anse Source d’Argent) y después ya ha puesto rumbo hacia Mahé (aunque hemos visto Praslin también a la derecha). Ha sido un vuelo precioso de 20 minutos desde el que hemos podido ver maravillosas playas, colores increíbles del mar, corales más y menos profundos… una maravilla.
Una vez terminados los trámites, hemos cogido un buggy (cochechito eléctrico como los del golf) y hemos subido a nuestra ‘villa’. Sí, señores, aquí no tenemos ‘habitación’, no… ¡tenemos villa! Y está en una de las colinas que rodean a Anse Intendance, la playa donde está el hotel, con lo que el camino es muy empinado y sinuoso y te llevan y te traen en buggys :D Y vaya sí es verdad, ¡pedazo villa la 302! Con su terraza-porche enooooooorme con su piscina dando a la naturaleza y a la playa, su hamaca de matrimonio con su sombrilla y su mesita, su yacuzzi de hidromasaje en la terraza… ¡y luego la habitación, claro!
Vista desde la entrada de la habitación:
Una vez visto el hotel, hemos vuelto a nuestra habitación ha probar la bañera de hidromasaje (¡qué guay!) y la piscina… y tumbarnos en nuestra súper hamaca… ha disfrutar de la habitación hasta la hora de comer.
Para comer, hemos decidido ir al Pool Bar, es decir, el restaurante de la piscina, a comer algo… ¡y qué calidad! Luis se ha pedido una hamburguesa y Laura un wrap y estaba todo increíble… tanto que bajar luego a la playa ha sido costoso… ¡pero lo hemos hecho! Hemos dado un paseo por toda Anse Intendance hasta que hemos encontrado una sombrita donde echarnos la siesta (Laura se la ha echado que da gusto, ^_^) y luego nos hemos metido un poco en el mar, aunque debido a los vientos estaba algo picado y con mucha corriente… Pero como siempre, Luis ha jugado un rato con las olas, pero hasta él se ha asustado un poco de la fuerza que tenían y se ha salido rápido.
Al rato, hemos decidido ir a la piscina, o mejor dicho, a la «infinity pool»… y qué pasada, de verdad, ¡una belleza! Y es que parece que no se acaba el agua, ya que no ves el borde de la piscina. Además del entorno, que es simplemente precioso, tienen un tratamiento gratuito llamado «Be cool» con el que te dan toallitas con aroma refrescante, agüita con hielos y pinchos de fruta, todo para que te relajes y disfrutes de la piscina al máximo. También tienen periódicos y revistas gratis, y hasta juegos de mesa ¡Nos podríamos acostumbrar a esto!
Después de bañarnos en la piscina y de disfrutar del ambiente, hemos pedido un buggy y hemos subido a la habitación de nuevo a darnos otro baño en nuestra piscina privada que mira al océano… ¡esto es vida!
Y poco más. A las 18:30h hemos bajado al bar donde había un cóctel de bienvenida y en el que hemos hablado con varios trabajadores del hotel, nos han dado cócteles y bebidas y algo de picar, todo para charlar, conocernos y relajarnos un buen rato, muy guay. Y ya a las 20h hemos ido a cenar a uno de los restaurantes del hotel llamado Saffron y especializado en comida tailandesa. Los jueves siempre hay buffet, pero no penséis que es el típico buffet de comida recalentada, no… ¡qué calidad! Estaba todo buenísimo y nos hemos puesto las botas…
Al salir de cenar, buggy de vuelta a la habitación, donde nos hemos encontrado el servicio «de noche» que nos ha abierto la cama y ha puesto incienso y velitas… pijadas, si, pero molan un montón (de hecho, el hotel tiene cada día un «aroma» diferente, y es el que te ponen en la habitación cuando te la hacen, tanto por la mañana como por la tarde/noche).
Qué pasada. Banyan, jajaja, casi como yo.
Casi casi como tú :)))))
Y sí, es una auténtica pasada. Al menos una vez en la vida merece la pena darse un "lujito" así ;)