Lost in Translation VI – Kioto

Lunes 13 de agosto

Poco antes de las 8h de la mañana, nos levantamos, nos arreglamos, cogemos nuestras cosas y hacemos el check-out. Qué gracia, la mujer de la recepción se acuerda de nosotros (debemos ser los únicos extranjeros), porque nos pregunta que qué tal el Awa-Odori, qué gracia. Hablamos un ratito, intercambiamos opiniones y ale, a la estación. Y como ayer nos gustó el “Vie de France”, repetimos, jejejeje. Además, es que hacen unos green tea latté con hielo que están de vicio :D

A las nueve y media cogemos el shinkansen Hikari a la antigua capital de Japón: Kioto. Al llegar, cogemos el metro hasta Sanjo-keihan y desde ahí cruzamos por uno de los barrios más tradicionales de la ciudad, Gion, hasta llegar al santuario del barrio, el Yasaka-Jinja. Según nuestro mapa, nuestro hotel está muy cerquita, justo delante de la entrada sur, pero no hay manera de encontrarlo… ¿dónde está? ¿Por qué no lo vemos? La razón la entendemos cuando por fin encontramos el ryokan: ¡está todo escrito en japonés! En ningún sitio pone nada en inglés y ni siquiera pone ‘ryokan’ en japonés, ni el nombre del establecimiento en caracteres romanos, sólo el nombre en kanji: 火田中 (hatanaka).

En fin, dejamos las maletas entre reverencias y mucha educación (el ryokan es increíblemente bonito y está muy bien atendido) y, sudando como pollos, nos vamos al santuario Yasaka-Jinja, uno de los favoritos de Laura en Kioto, cariñosamente llamado “Gion-san”, por ser el santuario del barrio de Gion, aunque es una pena porque la entrada principal por la avenida Shijo está en obras y está tapada, pero por dentro sigue siendo igual de bonito que siempre:

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Desde ahí, bajamos por la calle Shijo, cruzamos el puente sobre el río Kamo (ved la foto siguiente) y acabamos paseando por una de las callejuelas más famosas de la ciudad, Pontocho (uno de los barrios de geishas más tradicionales de Japón, también, a la izquierda en la foto) con la idea de ir a ‘nuestro’ sitio favorito de takoyakis y comer un poco. El sitio, sin embargo, está cerrado, así que cambiamos de plan y vamos a un restaurante de tonkatsu (cerdo empanado) muy chulo. Comemos un tonkatsu maravilloso, mojándolo en una salsa a base de sésamo que hemos machacado nosotros mismos, ñami.

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Estamos cansados, así que decidimos volver al hotel, que ahora ya podremos entrar a nuestra habitación. El chico de recepción nos acompaña a nuestra habitación… ¡este ryokan es espectacular! Y nuestra habitación, ¡más todavía! Qué grande, qué lujazo…

Descansamos, llamamos a Yuko para quedar, ya que ella pasa unos días en Kioto antes de irse de vacaciones a Escandinavia, llamamos a Noriko y a Yori y Kinko (antiguos estudiantes de Laura de español de cuando ella estudió allí) para quedar mañana, nos duchamos, nos ponemos unos trajes de algodón del hotel, especiales, y de golpe, llaman a la puerta. Es Rumiko, que nos acompañará durante toda nuestra estancia en Kioto. Viene vestida con kimono y nos traer un té matcha y un pastelito de arroz. Se sienta con nosotros, nos ofrece el té y nos pregunta a qué hora vamos a salir esta tarde, para venir a la habitación a preparar los futon para la noche y también a qué hora queremos que venga a despertarnos, a recoger los futon y a servirnos el desayuno, ¡oleeeeeeeeeeeeeeeeee! Nos quedamos solos y disfrutamos de nuestro té matcha y del pastelito de arroz envuelto en una hoja… es de mochi (pasta de arroz), por lo que a Laura no le gusta demasiado, pero a Luis le encanta… ¡Luis se pone las botas! Aunque eso sí, lo que cuenta es el detalle, jejejeje.

Un rato más tarde, salimos, cruzamos el Yasaka-jinja y nos encontramos con Yuko. Vamos los tres juntos a dar un paseo por Gion, en busca de maikos y geishas. Se nota que estamos en Obon y que las chicas probablemente han vuelto a sus casas para reunirse con sus familiares, porque el ambiente está muy tranquilo. Mucho turista… y poco más.

Vamos hacia Pontochô, con la idea de sentarnos en una de las terrazas que dan al río Kamo, pero está todo reservado hasta pasadas las nueva de la noche, así que cambiamos de plan. Vemos que el sitio de los takoyakis está abierto, así que pedimos unos cuantos (y debemos caerle bien al chico, porque nos da dos de más), compramos algo de beber, nos sentamos a orillas del río y… ¡a comer! ^_^ Mirad la cara de disfrute de Yuko:

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Cuando ya ha anochecido y tenemos el culo cansado de tanto estar sentados en la orilla del río (aunque charlamos y nos reímos un montón), decidimos ir a la planta 10 de un edificio cercano, donde hay un bar de copas. Allí nos tomamos unos cócteles primero, y luego una cervecita (Luis se pide una Kirin Ichiban, que es la releche de buena) charlamos y lo pasamos en grande. Al final, nos despedimos de Yuko y volvemos al hotel, donde ya nos espera la maleta que enviamos desde Kagoshima (bueno, lo hizo la madre de Yuko por nosotros), encontramos los futones preparados y los yukatas esperándonos. Además, en la recepción nos dicen que ha llamado Yori y que mañana sí pueden quedar con nosotros, así que buenas noticias. Nos damos un ofuro calentito en el baño de madera, nos ponemos los yukata y a dormir.

Martes 14 de agosto

A las 7:55h nos llama por teléfono Rumiko, para despertarnos. Viene a los pocos minutos: nos trae un té y el periódico para ir haciendo tiempo mientras ella recoge los futones, coloca la mesa y nos sirve el desayuno. Y, ¡qué pasada de desayuno! Arroz blanco, sopa de miso, pescado, pescaditos pequeños, encurtidos, tofu, chawan-mushi, fruta… Increíble. Y si no lo creéis, ved, ved:

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A las 9h, salimos a turistear. Cogemos un bus de una de las tres líneas especiales que han puesto hace poco en Kioto para llegar a todos los sitios especialmente turísticos, para visitar uno de los templos favoritos de Laura, el Ginkaku-ji o pabellón de plata. En 1482, el shogun Ashikaga Yoshimasa contruyó aquí una villa como un apacible refugio del caos de la guerra civil. En teoría, tal como su nombre indica, el templo debería haberse cubierto con láminas de plata, pero el deseo del shogun nunca se hizo realidad…

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De vuelta al centro, paramos en el Heian-Jingu, pasamos por debajo de su enorme torii y nos acercamos a este maravilloso complejo de templos que se construyó en 1890 para conmemorar el 1.100 aniversario de la fundación de Kioto. Los edificios son vistosas copias, reducidas a dos tercios de su tamaño, del palacio imperial del período Heian. Maldecimos la luz, que es malísima para hacer fotos y que quema todos los cielos, y buscamos el mejor ángulo, pero está complicado. Ved primero el torri grande grandísimo, y luego el santuario por dentro:

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Sudando, cogemos el autobús de vuelta al ryokan. Mientras Luis se da una ducha, Laura se encuentra con dos viejos conocidos: Yori y Kinko. Yori había sido estudiante de Laura en su época de estudiante en Kioto. Al jubilarse, la pareja se trasladó a Barcelona, donde vivieron unos años hasta volver a Japón. Hacía tiempo que no nos veíamos, así que era emocionante verles de nuevo. Pedimos un taxi y todos juntos nos reunimos con Noriko (otra estudiante de español de Laura) en Gion, donde vamos a comer a un restaurante muy pijo, ¡ole! Comemos varios platos, todo cocina moderna y de autor y charlamos un buen rato… en japonés, eso sí, que a los dos se les ha olvidado mucho el español, ¡ay! Una foto de grupo, a la entrada del restaurante:

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Después de comer y charlar un buen rato, nos despedimos y cogemos el autobús a uno de los templos obligados de Kioto, el Kinkaku-ji o pabellón dorado. El edificio original fue construido en 1397 como villa de retiro del shogun Ashikaga Yoshimitsu, pero su hijo lo convirtió el templo. Sin embargo, en 1950, un joven monje consumó su obsesión por el templo y lo redujo a cenizas (tal como narra la novela «El Pabellón Dorado» de Yukio Mishima). Cinco años más tarde, finalizó la reconstrucción recubriéndolo con el original pan de oro.

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Volvemos al centro, aunque primero volvemos al barrio de geishas de Gion, para ver si esta vez vemos alguna, y tenemos suerte, porque encontramos una maiko, o aprendiza de geisha:

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Luego cruzamos el Yasaka-Jinja y vamos hacia Maruyama-koen, uno de los parques más amplios de Kioto, pero nos dejamos llevar por los farolillos que empiezan a iluminarse, seguimos su camino por una cuesta y acabamos llegando al Kôdai-ji, templo fundado en 1605 en el que los niños han participado dibujando y colgando muchos farolillos para las festividades de Obon. Al lado del templo, hay un cementerio también lleno de farolillos iluminados, en el que las familias, todas juntas, van a poner incienso a sus muertos, para guiarlos de vuelta a ‘su mundo’, tal como indica el Obon, como se puede ver en la fotillo del cementario aledaño al templo:

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Volvemos al hotel y al poco rato, viene Rumiko con un té y unos pastelitos. Confirmamos la hora y charlamos un poco: que si qué hemos hecho, que qué tal, que dónde vamos a ir por la noche… ¡qué simpática es! Nos tomamos el té, descansamos un ratito y ale, salimos otra vez cargados con nuestras cámaras y el trípode, hacia el Kiyomizu-dera. Sí, sí, a pesar de que ya ha anochecido podemos entrar al templo porque hoy se celebra un festival, el Sennichi-mairi. Durante dos días en agosto, para celebrar el obon, el templo abre sus puertas por la noche, se ilumina y por única vez en el año, abren las puertas del altar. El camino de subida al Kiyomizu se hace bien, aunque el cansancio va pudiendo con nosotros, que estamos que no paramos, jejejeje. Al llegar, el espectáculo de la entrada es increíble, ¡qué bien iluminado está todo!

Después de unas cuantas fotos, llegamos a la cola para entrar en el altar y ahí nos metemos, que es una vez al año. Al alcanzar la entrada, pagamos 100¥ extras, nos descalzamos, nos agarramos a una cuerda a modo de barandilla y bajamos escaleras hasta llegar a la más absoluta oscuridad. No se ve nada de nada de nada. Caminamos despacio, flipados porque no sabemos de qué va todo esto, hasta llegar a una piedra, iluminada, en medio de una sala, con una kanji tallado en la piedra, y nada más. No nos dejan detenernos, volvemos a la oscuridad más absoluta y finalmente vemos algo de luz, ¡por fin salimos! Qué experiencia más rara… Lau afirma que ha pasado un poco de miedo, jejejejeje, mientras Luis dice que es muy zen, que te dejan entrar pero que casi no te enseñan nada… en fin.

Vamos hacia lo que es realmente el templo, un entramado de vigas de madera que se alzan sobre un acantilado y nos dirigimos directamente hacia el mirador, para verlo todo iluminado. Justamente desde la plataforma del mirador no podemos utilizar trípode, pero un poco más a la izquierda sí, así que allí nos plantamos, a hacer fotos de la iluminación nocturna. Primero de Laura, sobre la zona típica para fotos, en la que no dejaban poner los trípodes, y luego de un poquito más al lado, ya con trípode :D

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Al rato, bajamos la cuesta y alcanzamos el estanque, desde donde hay buenas fotos de la pagoda. Finalmente, salimos del templo… ha sido una visita espectacular, merece la pena. Bajamos por chawan-zaka de vuelta al hotel. Estamos muy cansados y encima tenemos hambre, pero se nos ha hecho tarde, así que paramos a comprar unos sándwiches y hamburguesas del Lawson, algo de beber, y vamos al ryokan a darnos un ofuro bien calentito y dormir.

Próximo capítulo: Osaka y Nara