De luna de miel por todo el mundo II: La Polinesia Francesa

Seguimos con la crónica de nuestro viaje de luna de miel. A continuación, la segunda parte. ¡Esperamos que la disfrutéis!

Jueves 15 de septiembre
LOS ANGELES – PAPEETE – MOOREA

Después de un vuelo de unas 7 horas y media, llegamos a la capital de Tahití: Papeete. Lo primero que da la sensación de estar en un lugar totalmente diferente es que, nada más bajar del avión, hay un trío de hombres polinesios tocando la guitarra y el ukelele y cantando, para darnos la bienvenida, mientras unas chicas nos dan una flor a cada uno. Luego, una vez recogido el equipaje, vemos que hay un montón de agencias de viaje con carteles con nombres, y en uno de ellos está el nuestro, ya que nos están esperando. Entonces, aparte del típico collar de flores tiare (la flor típica de la Polinesia), recibimos toda la documentación necesaria para disfrutar de esa semana en la Polinesia y con las maletas dejamos la Terminal internacional y nos vamos a la “doméstica”, donde nos espera una avioneta (sí, sí, otra vez “avioneta”, ¡como la del Gran Cañón! Pequeña, pequeña…) para llevarnos a la cercana isla de Moorea, “la hermana pequeña” de Tahití que se encuentra a tan sólo 17km a través del Mar de las Lunas de Tahití y cubre un área de unos 136km.

El vuelo, de 10 minutos de duración, es corto pero intenso, ya que desde el aire podemos disfrutar de la belleza de la laguna de la isla y de sus dos bahías: la bahía de Cook y la bahía de Opunohu. Nuestro hotel, el Pearl Resort & Spa, está situado al este de la bahía de Cook y muy cerquita del aeropuerto. En el hotel nos dan la bienvenida con otro collar de flores (¡qué olor!) y con un zumo de frutas tradicional, mientras descansamos en los sofás al lado de la recepción y realizamos todo el check in. ¡Esto sí que está bien organizado! Como hemos llegado muy temprano por la mañana y en teoría no se liberan habitaciones hasta las 15h, nuestra habitación (que era un bungalow jardín) no está lista, así que nos ofrecen un trueque: nos ofrecen para este día una habitación jardín (de menor calidad que la que teníamos reservada, ya que es habitación y no bungalow) y luego nos cambian para las dos noches siguientes a un bungalow playa. Sin pensarlo lo aceptamos porque salimos ganando de todas todas: no sólo podemos relajarnos desde ya mismo en la habitación, sino que después tendremos un bungalow de régimen superior al que habíamos reservado. ¡Genial! Y cuando entramos en la habitación, flipamos: ¡era enorme y con terraza! Y con florecitas frescas encima de la cama, en forma de corazón… Oooooh… ^_^ Y eso que es la habitación “peor” del hotel! Nos ponemos nuestros bañadores y nos vamos al “activities desk” a reservar un par de excusiones: una en 4×4 alrededor de la isla (para ver el interior volcánico de la isla y una perspectiva de las dos bahías) y otra al Tiki Village, un teatro-villa de estilo tradicional donde uno puede disfrutar de una cena y un espectáculo de baile tradicional.

Damos una vuelta por el hotel… ¡es precioso! De estilo completamente tahitiano, tiene 23 habitaciones jardín, 16 bungalows jardín, 12 bungalows jardín de lujo con piscina privada, 9 bungalows playa y 28 bungalows overwater. Aquí tenéis a Laura (con florecita en la oreja, al estilo tahitiano) delante de algunos bungalows overwater:

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Además, tiene un bar-restaurante, un restaurante y un restaurante gourmet, de tan sólo 6 mesas. La piscina, preciosa, da directamente al mar y a la playa… Y en un bungalow especial te dan gratis todo lo que necesites para disfrutar del mar: kayaks, pedales con motor, equipos de snorkelling, toallas, etc. Cansados del viaje y de todo el cambio horario, cogemos un par de toallas y nos tumbamos en unas tumbonas que hay en la playa (¡de arena blanquísima!) a descansar bajo la sombra de una palmera cocotera. ¡Esto es vidaaaaaaaaaaaaaaa! Y qué aguas más cristalinas… buf, fantástico… Esto parece el paraíso!. Aquí tenéis una foto de la piscina (a la izquierda estaría el mar y a la derecha, el monte más alto de Moorea):

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En fin, pasamos el día entre la playa y la piscina, descansado, tomando el sol, nadando, flotando, al sol, a la sombra de la palmera, jugueteando con la arena blanca, etc… Comemos en el restaurante y decidimos probar la comida tahitiana: entre los platos que pedimos, hay un plato de pescado crudo marinado a la leche de coco (¡buenísimo!) preparado de cuatro maneras diferentes y una ensalada tahitiana… Todo de muerte, claro.

Al volver a la habitación, ¡sorpresa! Nos han dejado una botella de champagne, ¡todo un detalle! Y además, nos han invitado a un cóctel de champagne en la playa, a orillas del mar, cuando caiga el sol. Nos echamos una siestecita, nos cambiamos y ale, nos vamos al cóctel. Sorprendentemente, somos los únicos en acudir (¡venga champagne!),así que podemos charlar tranquilamente con el maitre del restaurante gourmet, un francés muy simpático que nos atiende y explica mil y una cosas diferentes de Moorea. Además, decidimos reservar una mesa en el restaurante gourmet para cenar bajo las estrellas y en la playa el sábado. ¡Guay! En esta foto, podéis ver al lado de la canoa (utilizada para servir desayunos a los bungalows overwater) la mesita con las botellas y copas de champán. A la derecha, una de las mesas del restaurante gourmet :

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Finalmente, otra pareja española (de Mataró, para ser más exactos) aparece por el cóctel, hablamos todos un poquito y nos sentamos en una de las tumbonas de la piscina, iluminada con varias antorchas que marcan el borde de la piscina, charlamos ahí un poquitín… y tras cenar un poquito, que Luis tiene hambre, nos vamos a dormir.

Viernes 16 de septiembre
MOOREA

Nos levantamos tempranito, dejamos la habitación (a la espera de que nos den las llaves de nuestro bungalow de playa… ¡uau!) y bajamos a desayunar para quedarnos directamente en la piscina y en la playa (un rato aquí, un rato ahí). Decidimos coger un equipo de snorkelling y seguir las instrucciones que nos había dado el maitre del restaurante gourmet la noche anterior: alejarnos del hotel, cruzar una parte muy profunda de la laguna y llegar a un pequeño jardín de coral que cubre bastante menos aunque está bastante alejado ya de la costa, más o menos a la misma distancia de la costa que de la barrera de coral. Y la verdad es que disfrutamos muchísimo del espectáculo: ¡cuántos pececitos de colores! ¡Cuántos corales de diferentes colores! No podíamos parar de mirar bajo el agua, de nadar, de mezclarnos con los peces… qué preciosidad. Aquí tenéis una pequeña vista de la playa :

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Después de un buen rato de snorkelling, de relajarnos en el agua del mar, bajo el cocotero, en la piscina, de aquí para allá, comemos algo en el bar-restaurante (¡cerveza tahitiana! Jejejejeje) y descansamos un poco más antes de prepararnos para ir al Tiki Village. A las 17h, nos recogen en el hotel y nos llevan en autobús hasta el Tiki Village (http://www.tikivillage.pf/). Ahí, nos dan la bienvenida con una poco de ponche tahitiano (zumo de frutas con alcohol, qué rico) y nos enseñan cómo abrir un coco con la única ayuda de una estaca de madera sujetada entre los dedos de los pies. Ya, seguro que lo pruebo yo en casa y me rompo la mano y el pie… en fin.Aqiuí lo tenéis, en plena «clase»:

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Después, nos dividen en grupos (según los idiomas que hablamos) y nos da la bienvenida un chico que habla español (dice que pasó un año en España… ¿trabajaría para el espectáculo de la Polinesia de Port Aventura?) y nos hace un pequeño tour por todo el Tiki Village: una especie de poblado hecho al modo tradicional con tiendas de pareos, sitios de tatuajes (a su manera… ¡qué chulos son!), esculturas hechas con coral, tiendas de perlas negras, etc. Todas ellas, además, son tiendas en las que no sólo se muestran las artesanías tradicionales de la Polinesia, sino que también puedes comprar las esculturas, puedes hacerte un tatuaje, etc. También nos enseña cómo funciona el horno tradicional polinesio, cavado en la tierra aprovechando el calor de las piedras volcánicas. Y aunque dice que actualmente ya no se utiliza como antes, lo cierto es que en celebraciones especiales todavía lo usan para cocinar la comida.¡Y había comida preparada para nosotros!

Después del tour por el Tiki Village, nuestro guía se despide (tiene que prepararse para el espectáculo de danza y fuego… ¡es uno de los protagonistas!) y nos juntamos con los demás para cenar mil y un platos típicos de la zona en el tama’araa (la cena típica): a Lau le encantó una especie de bola frita hecha de coco (¡qué buena estaba!). Como curiosidad, había unos plátanos de color marrón oscuro que tenían un sabor fortísimo, y desde luego sabían a cualquier cosa menos a plátano! (Laura ni los probó, jejejeje… inteligente, la chica!). Mientras cenábamos, disfrutamos de una demostración de pareos. Primero un hombre, y después una mujer, nos enseñaron mil y una maneras de ponernos el pareo. ¡Qué pasada! Lo que se puede hacer con un cacho de tela… increíble.

Cuando terminamos de cenar, nos fuimos directamente a sentarnos en las gradas para disfrutar del espectáculo: la Danza del Fuego!. Según nos contaron, la historia (sólo música y baile, nada hablado) contaba cómo el pueblo polinesio perdió el fuego y se embarcaron en una aventura hacia las lejanas islas Cook en busca del preciado fuego. El espectáculo, de más de media hora de duración, fue increíble (y nuestro guía español… qué bien bailaba… y qué bien estaba, ya que lo podemos decir, jejeejeje). Las mujeres venga a mover la cadera y a cambiar de ropas (se pusieron un montón de modelitos), mientras los hombres bailaban entusiastamente primero, y jugaban con fuego después. Impresionante lo que hicieron con las antorchas, la verdad… Fue precioso. Habrá un especial fotográfico en el blog de Luis, pero mientras tanto aquí va una pequeña selección:

Las mujeres, venga a mover la cadera, con uno de sus múltiples trajes:

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Los hombres que llegan a las islas de Cook y luchan por el fuego:

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¡Y lo consiguen! Aunque con esos trajecitos (esos culetes morenoooos) y esos tatuajes tan sexis, buuuuf… Aquí tenéis a nuestro guía español, jugueteando con el fuego (ay, ay, ay, qué miedo):

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Y otra foto exepcional, un grupo de hombres haciendo unas piruetillas con el fuego. ¡Brutal!

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Y para recordar esa noche tan espectacular, aquí nos tenéis a nosotros dos con bailarinas y bailarines. Aquí tenéis a un Luis muy contento con dos guapísimas bailarinas con suje de coco, jejejeje:

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Y para no ser menos, aquí tenéis a Lau con tres bailarines… El que está a sus pies, por cierto, es nuestro simpático (¡y guapo!) guía:

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En fin, hay mil fotos más del espectáculo del Tiki Village, pero aquí ya hemos puesto suficientes. Para ver más fotos, ya sabéis, visitad el blog de Luis.

Sábado 17 de septiembre
MOOREA

Nos levantamos tempranito para coger el 4×4 que nos daría una buena vuelta, durante toda la mañana, por la isla de Moorea. Tenemos suerte con nuestro guía, llamado Maui, muy simpático y enrollado, que parece un entusiasta de la fotografía pues cuando ve la cámara de Luis se emociona mucho y no para de darle consejos y decirle “Rodríguez, la foto así mejor” o “Rodríguez, por aquí, por aquí una buena foto”. Qué risas.

En fin, el guía nos lleva primero por las dos bahías de la isla, la bahía de Cook y la bahía de Opunohu (curiosamente cuando Cook llegó a Moorea entró por la bahía de Opunohu, no por la de Cook :P) y nos explica que la segunda es propiedad privada del gobierno y que gracias a ello esta bahía no ha cambiado mucho a lo largo de los años ya que el gobierno lo tiene prohibido. Aquí una imagencita:

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Cuando hemos visto las dos bahías desde abajo, decide meterse por un camino de cabras (es también un camino privado, realmente, así que para entrar hay que pagar) y empezamos a subir (¡no había suficientes sitios para agarrarse! Eso sí que es un 4×4!) la montaña en busca de las espectaculares vistas de las dos bahías, la barrera de coral y el monte Rotui desde Belvédère (uno de los mejores sitios para observar la belleza natural de Moorea). Eso sí, antes de llegar al Belvédère paramos en mil y un sitios diferentes: a mitad de subida, al pie de un acantilado, empezamos a ver cómo Moorea vive mirando a la laguna y la barrera de coral, vemos una gran diversidad de flores (algunas plantas eran más altas que Lau… jejejee), nos enseñan plantaciones de piñas, cocos, limas y muchas otras frutas de la zona, nos enseñan un puesto de vainilla y nos explican cómo crece y cómo se cultiva esta planta (la Polinesiaes el segundo productor mundial de vainilla, después de Madagascar, y no producen más porque aquí no hay abejas que polinicen la orquídea de la vainilla, como en Madagascar, y lo tiene que hacer el ser humano flor por flor, pero a cambio, los grandes chefs valoran la vainilla polinesia mucho más), vemos el monte Rotui desde diferentes perspectivas… y finalmente llegamos al Belvédère y nos quedamos con la boca abierta. La vista es simplemente espectacular: el monte Rotui se planta orgulloso entre la bahía de Cook (a la derecha) y la bahía de Opunohu (a la izquierda), mientras la barrera de coral rodea la isla. Precioso. Y aquí nos tenéis, con la bahía de Cook a la derecha (casi no se aprecia, así que imaginación… ¡es que no cabia todo en la foto!) y la bahía de Opunohu a la izquierda:

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A la bajada, paramos en un marae (para ser más exactos el marae Afareaito), un antiguo templo tradicional. Al contrario que los templos de muchas otras culturas, el marae no tiene paredes ni techo, es una estructura de piedras a la que sólo podían entrar los hombres (ni mujeres ni niños) para discutir sobre temas importantes para el pueblo. La última parada del tour es en el Jus de Fruits de Moorea, un puesto de “zumos de fruta de Moorea”. Y bueno, ejem, sí, son zumos de fruta… pero con alcohol. Nosotros probamos chupitos de 7 variedades diferentes: el zumo tahitiano (muy suave, muy rico), la crema de vainilla, la crema de coco, un zumo de piña con muuuuuucho alcohol, etc. En fin, que había de todo, algunos suavecitos y refrescantes, otros que eran casi alcohol puro y duro… Al salir del puestecito, nuestros guías habían abierto un coco y una piña y nos la ofrecían (¿sería para evitar que el alcohol nos subiera a la cabeza?) para despedirse y llevarnos de vuelta al hotel. Luego comprobaríamos que en la Polinesia es típico acabar cualquier reunión con piña y coco… Claro, tienen tantísimo, que realmente no resulta caro!

De vuelta al hotel, comemos algo en uno de los restaurantes y salimos a dar un paseo por Maharepa, la zona cercana al hotel en busca de un par de pareos tahitianos. Y los encontramos, los encontramos en una tienda llamada Maison Blanche, que expone sus pareos en el jardín que da a la carretera principal. Contentos con nuestra adquisición, volvemos al hotel y nos relajamos tranquilamente en nuestro bungalow playa: Luis duerme una siestecilla, mientras Lau se sienta en la terraza a admirar las vistas.

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Un bungalow, por cierto, fantástico, y con una terraza que está a un metro y medio de la orilla de la playa. Después, nos bañamos un poco en la playa y nos preparamos para ir a cenar al restaurante gourmet del hotel. Y cuando llegamos, uau, qué bonito está todo. Nuestra mesa, situada sobre la arena de la playa, está sólo iluminada por la luna (que va y viene, se esconde a veces tras las nubes) y por dos antorchas de fuego, una delante y otra detrás, además de la tímida luz de dos velitas que flotan entre agua y flores en la misma mesa. Precioso. Para muestra, una foto:

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Empezamos con una copita de champagne (¡de perdidos al río!) y repasamos la carta para pedir al final el menú degustación: dos entrantes, un principal y una degustación de todos y cada uno de los postres. Aunque antes de empezar, el chef nos obsequió con una copa degustación de un plato que no figuraba en la carta. Decidimos, además, dejarnos aconsejar por nuestro maitre en cuestión de vinos (copita de Chablis para los entrantes, y luego un tinto de Burdeos para Lau y un blanco también de Burdeos para Luis, más un tinto dulce para el postre… ¡vengaaaaa!) Como entrantes, pedimos una especie de tartar de salmón con salmón ahumado (ambos), Lau se pidio una especie de ensalada de vieiras y Luis una ensalada con langosta, con forma cilíndrica y la langosta en la capa intermedia, desmigada, y con un trozo de langosta a la parrila colocado encima. Buenísimo todo, claro. Como principal, Lau probó pato con salsa especial, mientras que Luis se decidió por un pescado especial recomendado por nuestro maitre (no recordamos el nombre, ^_^). ¡Y los postres! Un plato enorme con pequeñas degustaciones de los postres de la carta, entre los que había una mousse de tiare (la flor nacional), una mousse de mango, un babarois, un pastel de chocolate, fruta fresca… y en el centro del plato, un bizcochito caliente de chocolate con chocolate fundido en el interior. En fin, una delicia. Una de las noches más románticas y preciosas de nuestras vidas, aunque el precio de la cena fuera el más caro de nuestras vidas!!!! (supero a la cena del hotel Luxor en Las Vegas! Pero desde luego mereció la pena!)

Domingo 18 de septiembre
MOOREA – BORA BORA

Por la mañana, después de desayunar, nos despedimos de Moorea y cogemos un avión a lo que después llamaríamos siempre “El Paraíso”, Bora Bora. Las vistas desde el avión de Air Tahiti son simplemente espectaculares, sobre todo porque el avión primero hace escala en Huahine, y tenemos unas vistas preciosas de esta isla, a la que quizás vayamos en el futuro, pero luego, según nos vamos acercando ya a Bora Bora, las vistas son todavía más espectaculares: la barrera de coral y los motus (pequeños islotes) dejan paso a una laguna de colores espectaculares, playas de arena blanca y palmeras. Eso, lo que os decíamos, El Paraíso. ^_^. Aquí tenéis una vista desde el avión (aunque hay muchas, a cual mejor):

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Cuando llegamos al aeropuerto, los encargados del hotel nos están esperando para recoger nuestras maletas, ponernos otro collar de flores y llevarnos, en su propio barco, al hotel. ¡Uau! Y qué bueno fue ese viajecito del aeropuerto al hotel por la laguna: ¡qué vistas! No se puede explicar con palabras y las fotos tampoco le hacen justicia, así que os recomendaríamos que fuerais vosotros y los vierais con vuestros propios ojos, jejejeje…

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Al llegar al hotel y después de hacer el check in (ahí nos dan un coco llenito de leche de coco, y con una pajita incrustada para beber), nos informan de que nuestra habitación no está lista todavía (normalmente en la Polinesia el check in es a las 15h y el check out a las 11h), así que aprovechamos para ir a comer al restaurante-bar que está al lado de la piscina y acercarnos al “activities desk” a reservar un par de actividades: nadar y dar de comer a las rayas y a los tiburones, y un tour en 4×4 por la isla. Una vez hecho todo esto, nos informan de que nuestro bungalow overwater (totalmente sobre el agua) ya está preparado: ¡y allá vamos! Y qué preciosidad de bungalow, por favor. Además de tener flores por todas partes (¡hasta en el baño! Jejejeje), tiene una mesa con cristal desde la que dar de comer a los pececitos, una terraza con dos hamacas comodísimas y unas escaleras que bajan directamente a una plataforma encima del mar. Nos ponemos los trajes de baño y directos que nos vamos a hacer snorkelling, bajando desde nuestra terraza al mar, ya que en este tipo de bungalows te dejan el set de snorkelling en el armario con lo que no tienes ni que ir a pedirlo!. ¡Cómo mola! Y los alrededores del hotel, bajo el agua, son preciosos: en Moorea vimos muchos corales y muchos pececitos de colores… pero en Bora Bora todavía vemos más! Todo un espectáculo, de verdad, increíble. Aquí tenéis una foto de los bungalows overwater (el nuestro es el cuarto), que dan directamente al mar y tienen unas vistas preciosas del motu principal:

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A media tarde, cansados de tanto snorkelling (es que uno no puede parar, es tan chulo eso de ver a los peces y los corales), nos cambiamos y cogemos el barco lanzadera a Vaitape, la “capital” de la isla principal (nuestro hotel está en un pequeño motu, un islote, frente a la isla principal). Según la guía y todas las informaciones, Vaitape es la zona con más “actividad”: tiendas, bares, restaurantes, etc. Y ejem, vale que cuando llegamos son las 18h y consecuentemente está todo cerrado, pero igualmente hay tres tiendas, dos iglesias (los polinesios son muy religiosos, porque en sitios con tan poca población hay iglesias católicas, protestantes, mormonas, metodistas, etc.) y un bar con hamburguesas y poco más… Jejejejeje… En fin, aprovechamos y damos un paseo por la zona. Además de los típicos cangrejos que pueblan las zonas húmedas (también los vimos en Moorea) y que se esconden como locos cuando te oyen venir (¡qué graciosos son! Y están por todos los lados, ya que toda la zona que bordea la carretera está llena de agujeros hechos por los cangrejos), vemos también cómo vive la gente de Bora Bora… y hay de todo. Desde casas bonitas al lado del mar (estilo tradicional, pero cuidado) a casas estilo chabolas, con los críos jugueteando descalzos por las calles, etc. Todo un contraste. Después del paseo, cogemos la lanzadera otra vez al hotel y decidimos cenar en el restaurante gastronómico, que aunque estaba bueno, naturalmente no tenía nada que ver con el restaurante gourmet de Moorea, jejejee.

Lunes 19 de septiembre
BORA BORA

Nos despertamos muy temprano (aunque Lau no ha dormido mucho… entre el ruido del viento colándose por las paredes y el techo del bungalow y el agua chocando contra los pilares no ha descansado, jejejejee) y después de desayunar cogemos la lanzadera a Vaitape donde nos recogen para ir a la primera excursión que haremos en la isla: dar de comer a los tiburones y a las rayas. ¡Uaaaaau! Conocemos a nuestro capitán, un cachondo mental que habla cualquier idioma “con imaginación” y que para unos es Bob (su nombre en inglés), para otros es Tanaka (su nombre en japonés), etc. En fin, todo un personaje. Junto al cámara que grabará toda la excursión tanto fuera como dentro del agua, nos metemos en una típica canoa polinesia y nos adentramos en la laguna hasta llegar a una zona, muy cercana a la barrera de coral, que cubre muy poco (Luis hace pie, Lau no, por supuesto). El agua, tiene un color increíble:

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Ahí, Bob coloca una cuerda entre unas boyas y nos indica que bajemos con nuestro set de snorkelling y que nos agarremos a ella para disfrutar del espectáculo. Dicho y hecho. Y vaya espectáculo… Bob echa comida, claro, y las rayas y los tiburones, además de mil pececitos de distintos colores, hacen su aparición para comer. Glups… Todo da respeto al principio, porque los tiburones, aunque sepas que no te van a hacer nada, ¡tienen cara de tibures, los bichos! ^_^ Y te pasan a 20 centímetros!!!!!!

Con la adrenalina a tope, subimos otra vez a la canoa. Aquí nos tenéis, sonrientes después de haber sobrevivido a los tiburones, jejejeje:

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Pues eso, subimos otra vez a la canoa y dando una vuelta por la laguna, nos dirigimos a la zona sur-oeste donde está el “Jardín de Coral” una de las zonas más bonitas y bellas de la laguna de Bora Bora con mil peces y corales diferentes. Nos ponemos nuestros equipos de snorkelling otra vez y ale, venga ver corales de diferentes colores (a Lau le encantaron los corales violetas casi fosforescentes) y pececitos de colores y tamaños diferentes, en una zona que ya cubre unos 6 metros. Por ver, hasta vimos una morena… ¡qué miedo! Y qué asco de bicho, por cierto. Bob nos da pescado a todos y de golpe y porrazo nos vemos literalmente rodeados por mil pececitos de colores que quieren comer… es un espectáculo maravilloso.

De vuelta a la canoa, seguimos dando un paseo por la laguna hasta llegar a una zona en un motu a la que llaman “Lagoonarium”. El Lagoonarium consta de diferentes “piscinas” en la playa, unas abiertas, otras cerradas, en las que crían y se encuentran diferentes animales acuáticos. En la primera zona, en la que está prohibido bañarse, están unas preciosas tortugas que están criando. No podemos nadar, pero sí podemos tocarlas y saludarlas un ratito… ¡Mola! A continuación, nos metemos de lleno en una zona repleta de tiburones, rayas y… ¡bonitos! Y qué susto le metieron los bonitos a Lau, por cierto, ¡hasta más que los tiburones! Y es que los bonitos, además de ser unos bichos bastante grandes, se mueven con mucha rapidez y van y vienen que da gusto. En fin, ahí damos de comer otra vez a tiburones, rayas, bonitos y más peces (grandes y pequeños) que pululan por la zona… Y Luis hasta toca la aleta de uno de los lemon shark, uno de los tipos de tiburones que había. Podemos interactuar un poco más con las rayas, muy simpáticas ellas, que no paran de acariciarte las piernas y el culete, jejejeje, y a las que puedes tocar sin problemas porque se acercan muchísimo. Por arriba tienen un tacto un poco resbaladizo, pero por debajo, por donde tienen la boca y las branquias, son muy suaves! Por cierto, que quien nos quiera ver en plena acción, puede venir a casa y disfrutar del DVD que compramos después de la excursión… ¡salimos muchísimo!

Al mediodía, volvemos al hotel y muy cansados, comemos y descansamos un poco en nuestro bungalow (entre la cama, las hamacas de la terraza, el agüita… esto es vida). A media tarde, recibimos una invitación para ir a tomar algo en la terraza-bar del hotel, donde se organiza un desfile de joyas, tanto para hombre como para mujer, hechas con perlas negras, un tipo de perlas típico de la Polinesia. Y para allá vamos: Luis toma un típico cóctel hecho a base de frutas, mientras que Lau se toma unas copas de champán mientras ven el desfile y se aguantan las ganas de comprarse alguna de las joyas… ¡qué preciosidad!

Después, vamos a cenar y aprovechamos para coger pan para dar de comer, desde el agujero del suelo de nuestro bungalow, a los pececitos. La mesa es peculiar, porque en realidad son cuatro planchas de cristal, con una encima que se quita. Luego se enciende una luz, y claro, al estar oscuro, los peces tienden a ir hacia las zonas de más luz, y cuando empiezas a echar pan, empiezan a venir como locos y a comer. Lau siempre recordará a Luis hablando con los pececitos: “bueno, chicos, se me ha acabado el pan, así que ala, ya no hay más, os tenéis que ir… lo siento, pero mañana vengo y os doy más”. ¡Qué risas!

Martes 20 de septiembre
BORA BORA

Otra vez nos levantamos muy temprano (parece raro madrugar tanto estando de vacaciones, pero no es tan extraño, porque allí a las 18h empieza a ponerse el sol, cenas sobre las 19h30, y te acuestas prontito, con lo que a las 7 de la mañana, que ya hay mucho sol, no te sientes cansado) y después de desayunar cogemos la lanzadera a Vaitape, donde nos espera nuestra guía-conductora del 4×4: una chica muy agradable, cachonda y simpática que hablaba muy bien español, aunque como en la excursión nos tocó con una pareja de americanos sosos, pues la chica estuvo hablando a ratos en inglés y a ratos en español (se notaba que le encantaba hablar español, aprovechaba cualquier momento).

Pensábamos que el 4×4 de Moorea había sido heavy, metiéndose por caminos de cabras muy chungos, llenos de piedras y en pendientes imposibles… pero el 4×4 de Bora Bora fue todavía más heavy, jejejejejeje. ¡Esta chica está loca y se mete por caminos casi imposibles! (llamarlos caminos casi es demasiado!) Pero moooooola, ^_^. Nos metemos por un camino de cabras (por llamarlo de alguna manera) y subiendo subiendo subiendo (nos faltan manos para agarrarnos…) llegamos a la zona oeste de la isla principal, donde además de ver unas preciosas vistas de la laguna, nos encontramos con un par de cañones de la segunda guerra mundial, propiedad en su momento de los estadounidenses, que los colocaron ahí después del ataque de los japoneses a Pearl Harbor, por si estos llevaban la guerra a los mares del sur del Pacífico. Los japoneses nunca llegaron a la Polinesia, así que los cañones nunca se utilizaron y hoy en día son un testimonio silencioso de los años en los que los estadounidenses vivieron (y tuvieron muchos hijos, según nuestra guía) en Bora Bora. De hecho, los americanos llegaron en 1942 y fueron ellos los que construyeron el aeropuerto, que hasta que no se construyó el aeropuerto de Tahití en los años 60, el de Bora Bora fue el aeropuerto internacional de toda la Polinesia.Total, que la vista es espectacular, mirad, mirad:

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Seguimos la excursión y llegamos a un puesto de pareos: con la utilización de pintura y cartones para tapar la tela, se crean unos modelos de pareos muy típicos de Bora Bora. Comemos un poco de coco y piña que nos ofrecen (es fantástico, les sobran tantas frutas que siempre te ofrecen así, de forma gratuita) y volvemos al 4×4 para subir un poco más por las montañas del motu principal de Bora Bora. ¡Dios mío, qué botes, qué pedruscos en los caminos, qué risas! Subimos un poco más y llegamos a una zona perfecta para ver la laguna y la barrera de coral en todo su esplendor, fantástico.¿No os encantaría tener una pequeña casita en este motu tan pequeñín, por ejemplo? Por cierto, que todo lo que véis de la barrera de coral para abajo es la «laguna» de manera que hay agua. Lo decimos porque ha habido gente que al vert estas fotos ha pensado que no había agua ahí. Y no, sí que hay agua… lo que pasa es que es tan clara y nítida y con tan poca profundidad que crea estos colores tan blancos:

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Al bajar, paramos en la única fábrica manual de perlas negras de Bora Bora, donde no sólo nos enseñan cómo se cultivan las perlas, sino que también nos enseñan cómo se clasifican (hay 4 clases de perlas, desde las más perfectas a las más imperfectas), los colores, las formas, etc. Finalmente, nos dejan dar una vuelta por la tienda y… snif, snif… qué joyas más preciosas… pero qué caras! ^_^

De vuelta al 4×4, nuestra guía abre un coco y una piña y nos la ofrece como despedida. Llegamos a Vaitape, nos despedimos de esta loca conductora (qué divertido ha sido, eso sí) y nos quedamos por la zona, aprovechando que las pocas tiendas que hay están abiertas. Comemos en un bar al lado de la carretera y nos dedicamos a dar una vuelta por las cuatro tiendas de Vaitape: cae otro pareo y un par de camisetas. ^_^. Cansadísimos, cogemos la lanzadera de vuelta al hotel y vamos directamente a la playa, a tumbarnos en una de las hamacas y descansar. Por cierto, fijaos en lo que hay en una de las playas del hotel… ¡un tiki! Una escultura típica y tradicional polinesia (a Lau le encantan, ^_^):

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En fin, en la playa tomamos el sol, nos bañamos en la playa (¡qué arena más blanca, por favor!), medio dormimos en la sombra de una palmera cocotera… y cuando nos cansamos de la playa, vamos a la habitación, bajamos por las escaleritas de nuestra terraza y nos damos un baño, mientras hacemos snorkelling por la zona.

Acabamos muertos, claro… ^_^

Miércoles 21 de septiembre
BORA BORA – PAPEETE

Después de desayunar, decidimos darnos un último baño en las aguas que rodean nuestro bungalow y descansar un poco en las hamacas de la terraza, disfrutando, por última vez, de las fantásticas vistas de la laguna y el motu principal. Aquí una vista del hotel desde nuestra terraza:

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A las 11h, hacemos el check out (entonces nos colocan un collar de conchas, que según nos contaron te lo ponen para que no te olvides de ellos y para que vuelvas) y nos sentamos a charlar un rato con otra pareja española que también se va de Bora Bora. Al mediodía, nos despedimos de ellos y cogemos el barco que nos lleva al aeropuerto para coger un avión de Air Tahiti y llegar a la capital de Tahiti, Papeete.

Por desgracia, llegamos demasiado tarde para disfrutar y pasear por el mercado de Papeete, así que decidimos disfrutar a tope de las instalaciones de nuestro hotel en Papeete, el Intercontinental. Aquí tenéis una foto general del hotel (al fondo se ve la cercana isla de Moorea):

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Por ello, nos ponemos el traje de baño y nos damos un buen baño en la piscina del hotel, que tiene de todo, desde una cascadita, a una zona más profunda que tiene el fondo pintado de un azul más oscuro, con lo que cuando ves la piscina desde fuera parece casi como una laguna en pequeño, con zonas de diferentes colores, y también hasta una especie de jacuzzi, al igual que lo había en el hotel de Moorea. Después de descansar en las hamacas y cuando el sol nos va abandonando, nos ponemos los pareos y vamos al bar de la piscina, que tiene happy tour (ya sabéis, “hora feliz”, es decir, 2×1), a tomarnos un par de cocktails típicos y vistosos, como por ejemplo el de Lau, que viene servido dentro de un coco (¡un coco relleno, no creáis que lo vacían primero, no…).

Más tarde, subimos a la habitación a cambiarnos y bajamos a cenar, acompañados por la música de las guitarras, tambores y ukeleles polinesios, ya que un grupo de músicos tradicionales ameniza la noche. Cansadísimos, decidimos pasar del espectáculo de danza que organiza el hotel esa noche (mejor que el Tiki Village no puede ser, ^_^) y vamos a dormir tempranito, ya que a la mañana siguiente nos levantamos a las 5h para abandonar, definitivamente, la Polinesia.

Jueves 22 de septiembre – Viernes 23 de septiembre
PAPEETE – LOS ANGELES – PARIS

A las 5h de la mañana nos levantamos, hacemos el check out y vamos al aeropuerto. La seguridad es impresionante, ya que todas y cada una de las maletas se abren (en presencia nuestra, eso sí) y se inspeccionan. Nosotros tenemos suerte y nos toca un oficial muy cachondo que ve que naturalmente nuestra maleta es la típica de unos turistas y poco más, así que entre bromas y cachondeo nos despacha muy rápidamente, guay. En la cola para el control de pasaportes, llega un grupo de hombres y mujeres vestidos en trajes tradicionales y empiezan a cantar y bailar ahí: ¡todo un espectáculo de danza polinesia ahí, en el aeropuerto! Qué gracia… aunque lo que no nos hace tanta gracia es ver un retraso de unas 2 horas en nuestro vuelo. No nos dan muchas explicaciones, aunque sí nos ofrecen un vale para coger algo de desayunar… Un rato más tarde, cuando la gente ya empieza a estar cabreada, el propio comandante explica que hay un problema con el motor derecho y que están trabajando en él para salir lo más rápido posible, pero según se acerca la hora de embarcar, nos vuelven a retrasar la hora, y así varias veces. Total, después de casi 4 horas de retraso, subimos y decimos adiós a la Polinesia.

Llegamos a LA y, absurdamente, tenemos que bajar del avión, pasar el control de pasaportes (es decir, que nos cojan las huellas de ambas manos y nos hagan una foto), que nos arranquen el papel que dos minutos antes nos había puesto el hombre del control de inmigración, salir del aeropuerto, volver a entrar por otro sitio, pasar el control de equipaje de mano y llegar a la sala de espera repleta de gente y sin apenas sitio a esperar para embarcar. Al cabo de un rato, embarcamos, para entrar en el MISMO avión y sentarnos en los MISMOS asientos, claro. Qué pérdida de tiempo, trabajo y energía, por favor. Cutre cutrísimo, además de que el aeropuerto de Los Angeles es de lo peor que hemos visto, antiguo, hasta arriba de gente, y cutre.

Con el retraso acumulado desde Papeete, llegamos a París tarde y perdemos la conexión a Madrid, de manera que después de hacer más de tres cuartos de hora de cola en la ventanilla de “Transfers” de Air France, conseguimos que nos den (otra vez) unos neceseres y que nos envíen a un hotel cercano para pasar la noche (cena y desayuno incluidos, eso sí). Llegamos al hotel Campanile, que parece un club whiskería de carretera de dudosa reputación, cenamos e intentamos dormir algo, ya que a las 5h nos tenemos que levantar para ir otra vez al aeropuerto.

Sábado 24 de septiembre
PARIS – MADRID

Después de casi no dormir (¿jet lag?¿habitación espantosa? ¿demasiado acostumbrados a hoteles de lujo en Polinesia?) y desayunar (un buffet con muy poquita variedad), llegamos al aeropuerto, facturamos y embarcamos sin problemas. Y finalmente, cansadísimos y con ganas de llegar a casa, a las once menos cuarto llegamos al aeropuerto de Madrid Barajas, donde nos esperan los padres de Luis.

Ha sido un viaje espectacular, increíble, que recordaremos toda la vida, aunque la vuelta se haya hecho tan dura, y es que hemos ido al extremo opuesto del mundo, pero desde luego, ha merecido muchísimo la pena.

Esperemos que os hayan gustado estas dos “pequeñas” crónicas y las fotos que hemos puesto. Si queréis ver más fotos, ya sabéis, venid a casa cuando queráis, ^_^.

Besitus,
Lau y Luis