Hace tres semanas que me reincorporé a mi puesto de trabajo en eBay después de la baja por maternidad. Hace sólo tres semanas y me parece una eternidad. Hace tres semanas que Luis despierta a Eric a las 7:30h, lo cambia y lo viste y van xino-xano a la guardería. A las 8h y pocos minutos Luis siempre me llama para decirme que «el paquete ya ha sido entregado» y contarme si Eric estaba dormidito, si ha sonreído, si estaba bien… Yo a esas horas ya estoy tomándome mi primer café del día solita en la oficina, mientras leo mis correos, escucho música y organizo mi día. Y es que para poder organizarnos yo decidí coger una reducción de jornada de 8 a 15h… bueno, realmente no nos quedaba otra, que Eric no podía vivir todo el día en la guardería, pobrecito. Y antes de que las voces feministas nos salten a la yugular y digan «ya está, y por qué tiene que ser la madre y no el padre la que se coja reducción de jornada?» os diré que 1) yo lo necesitaba y quería y 2) Luis encontró su trabajo en Lewis pocas semanas antes de que naciera Eric, con lo cual más difícil lo tenía.

Sabía que el horario de 8 a 15h iba a ser duro. Me despierto a las 6:20h y salgo pitando para coger el metro a las 7h y llegar a la oficina un poco antes de las 8h. Lo único bueno de esa horita de metro mañanera es mi kindle, tengo un ratito para mí, para leer, y eso me encanta, aunque hay días que estoy realmente agotada. Como rápido de tupper delante del ordenador para a las 15h salir pitando al metro a buscar a Eric. Entre unas cosas y otras llego a la guardería a las 16:20h, justo cuando él está terminando de tomarse la fruta. Ha desayunado, comido y merendado en la guardería, tela. Cuando llego Eric siempre me regala una sonrisota y me agarra de la camiseta, después de todo el día sin verle es una sensación indescriptible ver cómo me reconoce y me regala esa enorme sonrisota. Volvemos a casa paseando, entre risas y charlas (sí, hablo constantemente con él de camino a casa y le hago tonterías para que se ría y lo pase bien y no, no me da vergüenza, ^_^). En casa normalmente se duerme un ratito, se echa una minisiesta, y más ahora que el calor aprieta… y luego, cuando Luis sale de trabajar o bien nos vemos en casa o bien nos juntamos en Príncipe Pío o en Sol para tomarnos algo y volver a casa juntos. A las 20:20h solemos bañarle, le damos el súper bibi de la noche y le ponemos a dormir antes de las 21h. Esta es nuestra rutina diaria.
Y es duro. Sabía que este horario iba a ser duro personalmente y también profesionalmente, pero no imaginé cuánto. Sé que muchas mujeres han estado, están (¡y estarán!) en mi situación y no quiero que este post se lea como una «queja», sino como una reflexión personal, un «compartir mis emociones», sin nada más (no empecéis a elucubrar en buzz y reader como habéis hecho otras veces, ^_^). No quiero compararme con nadie, no quiero parecer una víctima ni una super-woman. Sólo quiero contaros cómo me siento, nada más.
Y me siento, a veces, abrumada. Hay días en los que ni una comida le puedo dar a Eric, que como ya he dicho desayuna, come y merienda en la guarde. En casa sólo nos queda el bibi de la cena, que nos repartimos entre Luis y yo: a veces él, a veces yo, a veces un rato cada uno. Abrumada, porque quiero estar más con mi hijo y no puedo; abrumada porque hay días en los que ni un biberón le puedo dar a mi hijo; abrumada, porque hay días que ni tiempo me da a comer en la oficina (y tengo que picar algo a las cinco y pico, cuando llego a casa); abrumada porque a veces me da la sensación que no doy lo máximo de mí ni como madre ni como profesional… pero lo intento. Lo intento con todas mis fuerzas y espero que eso sea suficiente. Abrumada, al final, porque me da la sensación que no llego a todo.
Intento que las horas que estoy en la oficina sean lo más productivas posibles. Intento que las horas que paso con Eric por las tardes sean lo más «intensas» posibles (juego con él, le hablo, hacemos fotos, paseamos…), pero es duro. En el trabajo el resto de compañeros siguen su horario y no puedo ni pedirles y menos exigirles que se adapten al mío… soy yo la que tengo que adaptarme a su horario, como pueda, al final es cosa mía. Y cuesta. Cuesta que se tomen decisiones o se solucionen cosas cuando yo no estoy en la oficina, cuesta no estar ahí, cuesta mucho. Pero por otra parte, cuando estoy con Eric, se me olvida todo lo demás, se me olvidan los problemas de trabajo, las preocupaciones y el hecho de no poder estar ahí en ciertas reuniones, tomas de decisiones o lo que sea. Es lo que hay. Ahora mismo tengo claro que prefiero tener jornada reducida y poder disfrutar un poco más de mi hijo. Cueste lo que cueste.
Un lío, eso sí. Un lío mental bastante gordo. Abrumador. Psicológicamente. Y ya no hablemos de físicamente… ¡ésa es otra historia! Pero no hay cansancio que no se supere con una sonrisa del pequeñajo. Aunque suene a tópico, es verdad. Y todo, todo, se hace más llevadero cuando lo recoges en la guardería, te ve y te sonríe de oreja a oreja. Ahí se te olvida todo. Se te olvida el cansancio, se te olvida la sensación de querer y no poder estar con él que has tenido toda la mañana, se te olvida la impotencia de no poder estar al 100% en tu trabajo tampoco y lo que ello puede conllevar. Se te olvida todo y te reafirmas en tu decisión de que ese pequeñajo es lo más importante que hay en tu vida… y que todo lo vale. Por él.
Un beso,
Laura