Hoy no vamos a poner ninguna foto. ¿Por qué? Porque de camino a la isla privada del hotel hemos tenido un pequeño accidente de barca, hemos volcado y caído al agua (¡entre corales!) y naturalmente nuestras tres cámaras (sí, las tres) han muerto. Muerto. Alguna todavía tiene agua dentro a estas horas… :((((

Eso sí, nosotros tres estamos bien. Luis tiene una heridota muy fea en la rodilla y yo (Lau) varios arañazos en la pierna izquierda y los pies, porque encima hemos volcado en una zona lleeeeeena de coral, pero estamos bien. No os preocupéis, de verdad, estamos bien (mamás y papás y familias y amigos que leáis esto: de verdad, estamos bien, no nos ha pasado nada ^_^). Ha sido un susto monumental y un disgusto (también monumental) pero lo más importante es que esta familia está bien fuerte y por eso nos alegramos.

Recapitulemos.
Nos hemos levantado como todos los días, desayunado al lado de la piscina como siempre y nos hemos reunido con una pareja de franceses que también iban a la isla y que nos han acercado al puerto en coche. Allí hemos cogido un barco grandote y ya allí había señales de que el día no sería lo bueno que esperábamos: la mar estaba muy guerrera, el barco se movía demasiado y hemos acabado todos amarillos y muy muy mareados. Ha sido un viaje de poco más de 20 minutos, pero se nos ha hecho eteeeeeeeeeeeerno…
Cuando hemos llegado cerca de la isla privada, nos han hecho subir a una lancha tipo zodiac a toda prisa y allí es cuando ha pasado la catástrofe… ha venido una ola no esperada y ¡zas! la barca ha volcado y hemos caído al agua. Todos. Con nuestras bolsas. Con todo. Sobre el coral. Mientras el mar seguía golpeándonos con olas y era casi imposible llegar a la orilla. Ha sido horroroso, sinceramente. Creo que los dos vamos a recordar durante mucho tiempo el momento exacto antes de volcar, son de esas imágenes que se te quedan gravadas en la mente… Y lo curioso es que segundos antes de volcar, Laura ha pensado «esto es como hacer ráfting, ya verás tú como me caiga al agua»… una premonición de las suyas…
Cuando por fin hemos conseguido llegar a la playa, nos hemos dado cuenta de que Luis había perdido sus gafas en el camino (por suerte tiene poca miopía y ve más o menos bien sin ellas, pero vaya, una putada), que las tres cámaras estaban chorreando agua por todos lados, mi blackberry también muerta (¡por suerte el iphone de Luis estaba en el hotel!), que nuestras toallas descansaban en algún lugar del mar y que teníamos arañazos y heridas en las piernas, pero que nosotros estábamos bien… y con eso nos quedamos.
Así que como auténticos náufragos hemos recogido todos nuestros bártulos mojados, hemos colgado las ropas en una palmera para que se secara y todo el resto encima de una roca para que se secara también y hemos intentado relajarnos y no pensar demasiado en lo que había pasado.
Hemos intentado hacer un poco de snorkelling, porque había peces muy grandes y de colores muy vivos (que podíamos ver a simple vista desde la orilla), pero entre el coral y el susto en el cuerpo, hemos durado más bien poco… así que hemos dormitado un poco, paseado por la playa (típica playa de arena blanca con piedras de granito en ambos lados y palmeras y árboles takamaka dando sombra) y esperado a la hora de comer.
Hemos comido en la playa, barbacoa típica de las Seychelles a base de ensaladas, salchichas, pollo y pescado a la parrilla y salsa barbacoa. Estaba todo delicioso y es precioso y romántico comer en la playa, pero cuando tienes cuarenta moscas intentando posarse en tu comida, te cansas un poco.
Después de comer, hemos decidido dar un paseo por el resto de la isla (por la parte «verde») y allí nos hemos encontrado con una sorpresa muy agradable: ¡había tortugotas en libertad! Así que hemos estado un rato con ellas, hemos llegado hasta otro extremo de la isla (donde había una playa preciosa, pero con el mar más picado todavía) y nos hemos relajado un ratito. Después, hemos vuelto a tumbarnos bajo la sombra de nuestro querido árbol takamaka y a esperar la temida hora de tener que subir de nuevo a la lancha que nos llevaría al barco. Eso sí, esta vez nos han hecho ir a buscar la lancha al otro extremo de la playa, donde las olas eran menos fuertes… pero vaya, Laura iba acojonaíca perdida, todo hay que decirlo.
Y nada, hemos llegado al barco sanos y salvos y hemos tenido el regalo del día… ¡no todo podía ser malo, verdad?! ¿Y cuál ha sido el regalo? Pues ver una familia de delfines nadando en libertad justo al lado de nuestro barco (y justo donde estábamos nosotros)… ¡ha sido precioso! Es algo que no habíamos visto nunca y nos ha marcado de verdad, qué sonrisota se nos ha puesto al verlos… qué maravilla. Para inmortalizarlo, Laura ha hecho un gesto con la mano como si estuviera haciéndoles una foto y ha proclamado que ése sería oficialmente el gesto del viaje: haríamos «fotos mentales», siempre haciendo el gesto :)))
Ahora estamos de vuelta en el hotel. Mañana que estará el general manager pondremos una reclamación oficial, aunque Laura ya se ha quedado a gusto con dos personas del hotel y vamos a ver qué podemos sacar, porque la responsabilidad es del hotel…
Y nada más. A las 20h nos viene a buscar nuestro querido taxista para llevarnos a un bar local en la Baie Ste. Anne llamado «Coco Rouge» y a ver si podemos pillar algo de comida criolla para llevar y relajarnos un poquito más.
De nuevo, estamos bien, no os preocupéis. De hecho, decíamos que estas cosas nos pasan porque nos queremos tanto que todo-todo-todo no nos puede salir bien y, qué queréis que os digamos, preferimos querernos así como nos queremos a tener millones de cámaras :)))))
Besotes,
Laura y Luis