Ayer estuve en el Registro Civil, de información y papeleo. Estaba en la cola de «matrimonios civiles» y delante de mí había un hombre muy elegante, todo trajeado, de claro aspecto árabe. Al rato, llegó una mujer que había cubierto absolutamente todo su cuerpo de tela negra. Todo su cuerpo. Sé que era una mujer, ya no sólo por las ropas(¿por qué no se cubren así ellos, los hombres? ¿por qué son tan sólo las mujeres las que tienen que esconderse?), sino porque tan sólo escapaban de las sombras un par de ojos oscuros, preciosos, brillantes… y tímidos. Mirando al suelo, esquiva, como perdida. Ahí, a punto de casarse en un país de una lengua que no entiende (¿aprenderá español? ¿se quedará encerrada en casa? ¿podrá hacer algo por ella misma, sola, sin depender única y exclusivamente de su marido?), a punto de casarse en un país que no entiende sus costumbres, que no entiende el por qué de ese velo, el por qué de tanta obligación absurda… aunque quizá esté generalizando y me esté dejando llevar por mis propios sentimientos. Pero ayer, esperando mi turno, no podía dejar de mirar esos ojos tímidos y esquivos que demostraban que debajo de esa túnica negra que llegaba al suelo, que debajo de ese velo que le cubría practicamente toda la cara, había una mujer.
Una mujer. Una mujer como yo. Pero con «peros».
Una mujer cubierta completamente, como si fuera una vergüenza mostrarse al mundo.
Una mujer que se escondía (o era obligada a esconderse) debajo de tanto ropaje.
Quizá sea peligroso entrar en discusiones sobre si me parece éticamente correcto que todavía haya tantas y tantas mujeres en medio mundo que tengan que cubrir su cara, su cuerpo, obligadas por algo que llaman religión. Supongo que es peligroso hablar de esas normas y actitudes llamadas religión. Peligroso, sobre todo, porque no soy musulmana, así, con «a» de femenino. No soy musulmana, ni cristiana, vaya… pero soy mujer. Soy una mujer del siglo XXI que intenta superarse a si misma todos los días, que ama la libertad de poder decidir qué hacer, cómo hacerlo, con quién, cuándo, dónde… una mujer que lucha contra el machismo y el feminismo (extremos opuestos de un mismo problema) y que simplemente quiere ser feliz consigo misma para ser feliz con los demás, desde la libertad y el respeto. Y para mí, la obligación de una religión a cubrir mi cuerpo y desaparecer así de las miradas ajenas es una mutilación de mi libertad. De mi libertad de elección, de acción, de sentimientos, de deseos. Una mutilación de mi libertad.
Y eso es lo que gritaban esos ojos tímidos que brillaban saltarines entre tanto velo y tanta túnica negra… mutilación.
Lau
Cuando la religion est´a por delante de las personas, malo
Desde luego.
Cuando la religión se basa en el poder, en el miedo, en el castigo, en el pecado, en la culpabilidad… entonces malo, malo, malo.
Vergonzoso, desde luego.
Lau