Tengo pánico a las arañas.

A las arañas y toda clase de bichos negruzcos y sin determinar (no me preguntéis, yo cuando veo un bicho corro y corro y corro hasta encontrarme en Japón o Australia, así que no me da tiempo a determinar de qué bicho se trata).

Les tengo pánico. Auténtico pánico.

Un pánico que va en relación al tamaño de la dichosa araña y/o bicho-sin-determinar. Cuanto más grande es el jodido, más jodida estoy yo, paralizada de pánico, temblando de miedo.

Soy una mujer adulta, independiente y moderna, me repito a mí misma (¿quizá para creérmelo y adoptar esa pose tan típica de las novelitas estas «de mujeres»?), como para animarme a enfrentarme al bicho y cargármelo (y de paso saciar mis posibles ansias de sangre, ^_^). Y no me vengáis con tonterías de que las arañas también tienen derecho a vivir y que si las tengo que cazar con un vaso y un trozo de papel y que si las tengo que devolver al exterior y chorradas varias (eso va por mi tío Martyn de Inglaterra, auténtico «salvador» de bichos). Psicológicamente necesito ver al bicho muerto, saber que él (o ella, ^_^) no me volverá a molestar. No puedo tirarlo por la ventana, por ejemplo, y devolverlo a la libertad… ¡no puedo! ¿No véis que con el fresquito que empieza a hacer por las noches querrá volver a entrar para acomodarse en nuestra cálida casa? No, no, no… muerte a todos los bichos que entren en casa. Y no hace falta que me deis lecciones de biología y de la necesidad de que existan las arañas y demás bichos. Sinceramente, en mi casa no se les necesita para nada… Quizá debería poner un cartel, advirtiendoles de su trágico final si se aventuran a entrar. Quizá lo haga.

En fin. Como ya he dicho, les tengo pánico absoluto, pero soy una mujer adulta, independiente y moderna, me repito a mí misma hasta la saciedad.

Está claro que durante mis temporadas fuera de casa y hasta hace cinco meses, he dado muerte a varios bichos yo solita. Con más o menos temblores, sudores y picores psicológicos post-traumáticos, da igual, pero lo he hecho. Los he matado. Yo solita. Con la ayuda de litros y litros y litros de sprays; con la ayuda de toda mi rabia centrada (como si de un arte marcial se tratara) en algunas zapatillas. Si he tenido la necesidad, he hecho absolutamente de todo para terminar con esos indeseables que pululaban libremente por mi casa. He sacado fuerzas de mi pánico y he matado a los bichos que venían a por mí, que venían a alterar mi pacífica vida. Que venían a invadirme.

Pero ya no tengo que luchar más.

Porque ahora… ahora tengo un hombre en casa. Ahora tengo a Luis.

Y las feministas exclamarán: «¡será machista!». Pues ya os podéis callar, feministas alteradas, porque machista no soy, simplemente soy lista. Sí, lista. Si alguien, en este caso un hombre, quiere matar a un bicho por mí, desde luego que lo aprovecho. Mi ego feminista no es tan estúpido de decir: «no, no… yo también puedo hacerlo, que sea una mujer no significa nada» y pata-plam, vuelta a empezar con el pánico, los sudores, los temblores y los picores psicológicos post-traumáticos. No. Aprovecho la situación y dejo mis valores feministas a un lado.

A Luis le dan asco los bichos.

Un asco teñido de miedo y sin embargo, desde hace cinco meses, siempre es él quien los mata. Quien lucha contra ellos. Quien pone su vida en peligro ante tan arriesgada batalla. ¿Por qué? os preguntaréis. Pues realmente no lo sé, aunque creo que es su ego masculino. ¡Su ego masculino sí que le está dado por saco! Porque claro, no estaría muy bien visto que viera una araña y escapara a correr como hago yo. Aunque ya me diréis qué chorrada. Pero la sociedad es así… y él lucha para hacer patente su «hombría» ante esta sociedad tan irremediablemente estúpida, a veces. Y mientras que su «muestra de hombría» a mí me da igual (si echara a correr no lo tendría por «menos hombre», está claro), los resultados sí que me importan: con Luis, el bicho está muerto.

Y si el bicho está muerto, yo no tengo que matarlo. Y si yo no tengo que matarlo, se acabaron el pánico, los sudores, los temblores y los picores psicológicos post-traumáticos.

Ventajas de tener a un hombre en casa.

A un hombre que me quiere, que sabe de mi absoluto pánico a los bichos y que -ahora en serio, dejemos chorradas de «hombrías» aparte- decide matar a los bichos porque sabe que a mí me dan más miedo y asco que a él. Se come su asco/miedo con patatas y los mata, con más o menos violencia, para que no tenga que hacerlo yo. ¡Y hasta recoge los restos con papel! Buuuuuaaaaacs… ¡qué asco! :D

Luis no quiere demostrar su hombría, ni hacer caso a su ego masculino ni otras de las muchas tonterías que se podrían decir para escribir un articulo divertido y cachondón. Luis lo hace para demostrar lo mucho que me quiere (ya os veo a todos vomitando por ahí, jajajaja). Una auténtica prueba de amor, ¿no creéis? ¡Qué romántico!

Lo dicho. Ventajas de tener a un hombre, enamorado, en casa.

Lau