¡Un Gintonic, por favor!

Crónica de un mini-viaje a Ginebra

¡Sí! ¡Lo estáis viendo bien! Os vamos a poner la crónica del mini-viajecito a Ginebra, jejejeje… Ya sé que os debemos a todos las crónicas de la semana que pasamos en Eslovenia en mayo, lo sé, y estamos en ello, pero es que estos meses han pasado volando y no hemos tenido mucho tiempo que digamos.

En fin, a lo que vamos, aquí os dejamos con unas mini-crónicas para un mini-viajecito. Esperamos que os guste, :)

Jueves 24 de julio

Básicamente la idea de ir a Ginebra nos surgió por la necesidad de escapar del caluroso verano madrileño, y ante la más que previsible ausencia de vacaciones en los meses de julio, agosto e incluso septiembre, poder hacer alguna escapada. Idealmente, nuestra intención era movernos por España e ir a la playa, pero como suele pasar, o los horarios eran horribles, o eran los precios los que eran horribles (ambas cosas también se juntaron, sí). Así que al final, tras mucho investigar, la mejor opción resultó ser Ginebra, por horarios y por precios, a pesar de que no salió barato, ya que obtener los billetes dos días antes de salir, en un puente en pleno verano es de locos. Pero nosotros estamos locos, así que no hay problema.

Después de salir del trabajo, nos reunimos en la T4 y realizamos todos los trámites sin ningún problema, cogiendo el trenecito hacia la T4S, que ya sabéis que aunque Suiza está en el espacio Schengen (no se necesita pasaporte para ir), no pertenece a la Unión Europea. A la hora prevista, embarcamos y nos sorprendemos con el avioncito, un Airbus A320 típico de Iberia… ¡Habían renovado los asientos, que ahora eran todos de cuero, pero menos espacio para las piernas no podía haber! ¡Qué estrecho! En fin, el vuelo va todo según lo previsto y llegamos a Ginebra sin problemas.

Una vez en Ginebra, o Géneve, cogemos un taxi y nos plantamos en el Hotel President Wilson en un periquete (eso sí, el taxímetro altito, altito, ¡cómo se nota que estamos en Suiza! Aunque una vez hecha la conversión, que básicamente es 1 franco suizo = 100 pesetas, no es tan malo)… ¡y vaya hotelazo, sí señor! El hotel lleva el nombre del presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson (enlace a la Wikipedia), que fue el fundador de la Sociedad de Naciones (aunque luego Estados Unidos no participara en ella). No sólo nos encanta la remodelación exterior, mucho más modernita y demás, sino que se nota que aquí hay estilo… ¡por los cochazos aparcados en la entrada! Nada más llegar vemos un Mercedes SLR McLaren 722 Edition aparcado (de los que sólo se hacen 500 al año, y con un coste de casi medio millón de euros), y llegando al hotel en ese momento un Lamborghini Murciélago, que jamás habíamos visto salvo en revistas especializadas, aunque curiosamente se fabrican más y más baratos (2.000 al año, por unos 300.000 euros :D). Eso sí, todos ellos con matrículas árabes. ¿Se nota dónde está la pasta, eh? Hacemos el check in, nos cruzamos con algunas familias de jeques árabes ricachones (aquí la Lau tiene un shock cultural y alucina con tanto árabe ricachón), dejamos las cosas en la habitación y salimos a dar una vueltecita, a ver si podemos comer algo, que son pasadas las 22h y empieza a hacer hambre.

Andamos tranquilamente por el Quai Wilson, un paseo marítimo paralelo al lago y alucinamos con el Jet d’Eau, una peaaaacho fuente que surge del lago y que es enooooooooorme (tanto, que el agua alcanza una altura de 140 metros), pasamos una de las ‘playas’ de Ginebra (que básicamente es un muelle, al que cuesta entrar un franco, ^_^) y seguimos nuestro paseo por el Quai du Mont-Blanc, que es básicamente el mismo paseo marítimo pero con otro nombre, ^_^. Hay muchas terracitas que ofrecen paninis y helados y muchísimo ambiente de gente paseando (muchos de ellos árabes, todo sea dicho, con sus velos y demás ellas, y sus barbas ellos, ^_^) y de gente sentada en el césped del paseo tomando algo, charlando, etc… ¡ambientazo ginebrés! Se está muy bien en la calle, así que seguimos paseando y cruzamos el extremo inferior del lago por el Pont du Mont-Blanc disfrutando un montón de las vistas que nos ofrece la ciudad y sus neones: que si Rolex por aquí, Patek Philippe, Audermars Piguet, que si private banking por allá… ¡se nota cuál es la industria de la zona! ¡Relojes y dinerete! Jejejeje…

Cruzamos el puente hasta llegar al Jardin Anglais, donde hay una fiesta montada impresionante: millones de puestos de comida, concierto al aire libre y… ¡millones de personas! Hay colas de una hora para pillar algo en un puesto de esos… sí, impresionante, así que decidimos volver sobre nuestros pasos, sentarnos tranquilamente en una de las terrazas que habíamos visto antes y tomarnos unos paninis para cenar. Luis se lo pide de roast beef y Laura se lo pide de atún al curry… ¡ambos deliciosos! Estamos un ratito ahí, al fresco, comiendo y bebiendo y viendo la gente pasar, hasta que el cansancio y el sueño se apodera de nosotros (ya son horas…) y volvemos al hotel a mimir, mientras Luis admira un Bugatti Veyron que circula por las calles ginebresas, que luego resulta acabar aparcado a la entrada de nuestro hotel (un coche de casi 1.000 caballos de potencia, un millón de euros de precio, y 300 unidades en 5 años… Un lujo que sobre todo se ha venido en Dubai y sitios similares).

Viernes 25 de julio
A una hora prudente, es decir, a las 8:30h suena el despertador. Nos desperezamos, duchamos y decidimos darnos un lujillo y probar qué tal el desayuno del hotel, ya que en teoría este viaje, aunque de turismo, también lo queremos hacer de relax… ¡y vaya fiasco! Carísimo y pijísimo de la muerte, pero poca cosa de comer. En fin, para saber las cosas hay que probarlas, así que ahora que ya lo sabemos, decidimos que el día siguiente buscaremos algo un poco más “a nuestro rollo”, ^_^. Eso sí, junto a nosotros hay una familia de ricachones árabes que se disponen a desayunar también y no sé cómo lo hacen, pero ellos sí que se ponen las botas… venga pedir y pedir…

Cogemos las cámaras y decidimos hacer el walking tour que nos recomienda nuestra querida Lonely Planet, pero el punto de comienzo está al otro lado del lago, así que ale, ¡a pasear tranquilamente! Repetimos el paseo nocturno del día anterior, pero hoy ya de día (aunque parece que se ha levantado algo tontorrón y nubosito el día, L) y disfrutamos de las vistas del lago… ¡y el Mont-Blanc! ¡Se ve el Mont-Blanc! En fin, que paseamos por los dos Quais, cruzamos el Pont du Mont-Blanc y en vez de meternos por el Jardin Anglais, nos mantenemos paralelos al lago y paseamos por el Promenade du Lac viendo cochazos como varios modelos de Bentley (descapotables, berlinas, coupes), Aston Martin, Rolls-Royce, Ferraris 599 GTB Fiorano y 360 Modena, Lamborghinis Gallardo, etc., hasta llegar a la súper-fuente Jet d’Eau, la fuente más alta del mundo, que lanza agua a 200km/h hasta la mencionada altura de 140 metros (1.360 caballos de potencia), con lo cual en cualquier momento hay 7 toneladas de agua en el aire… ¡impresionante! Uno puede acercarse por el muelle hasta la fuente, pero lo cierto es que… ¡te mojas cantidad! ^_^ Eso sí, divertido es un rato. En este caso, Luis se acerca más que Laura, quizás porque su cámara está sellada y no importa tanto que le caigan unas gotillas…

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Seguimos el walking tour por el Promenade du Lac hasta su cruce con el Pont du Mont-Blanc, donde hay una de las vistas más típicas de Ginebra: el Horloge fleurie, un reloj hecho con 6.500 flores que funciona desde 1955 y tiene la aguja segundera más larga del mundo (2,5 metros). En este caso, la apariencia que tiene con la colocación de las flores es la de un balón de fútbol :D

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A continuación, nos metemos de lleno en el barrio antiguo de la ciudad, paseamos por la fantástica Rue de la Cité, llena de edificios antiguos y restaurantes cucos, hasta llegar a la Cathédrale de St-Pierre, con una mezcla de estilos de dudosa belleza, pues se comenzó a construir en el siglo XI y no se terminó hasta el siglo XVIII con una horrorosa fachada neoclásica que no pega nada con el resto… Entramos en la catedral, vemos la silla desde donde predicaba el protestante Calvino (el que mandó quemar a Servet, sí) y subimos al mirador de la torre norte (después de subir 157 escalones de esos mareantes de caracol), desde donde disfrutamos de unas magníficas vistas de la ciudad y el lago, gracias a que se ha levantado el día y hace un solazo impresionante, ¡ole!

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Con tembleque en las piernas de tanta escalera de caracol, decidimos que es buena hora para comer así que vamos a una de las plazas más chulas de Ginebra, la Place du Bourg-de-Four y comemos en el restaurante Au Carnivore, en la terracita que tienen montada al aire libre, ¡se está de bien! Laura decide probar el menú del día que consiste en una ensalada aliñada con mostaza y entrecot con verduritas pochadas y patatas fritas, mientras que Luis se decide por un plato único a base de entrecot, también, aunque de un grosor mucho mayor. De postre, compartimos una tarta de manzana deliciosa y con las fuerzas renovadas, decidimos seguir paseando un ratito más por el casco viejo de la ciudad.

Así que vamos directos al Parc des Bastions, que está muy animado con gente haciendo picnic, charlando, dormitando… Paseamos por el parque y alucinamos con las gigantescas figuras de Bèze, Calvino, Farel y Knox (reformadores varios) y con la fantástica zona dedicada al ajedrez: varios tableros de ajedrez gigantes con piezas grandotas para que la gente pueda jugar moviéndose, de pie. Hay mucho ambiente, sobre todo abuelillos que tienen ahí su silla y participan del juego… es una auténtica gozada (también hay piezas grandotas de damas, por si alguien prefiere otro juego). Salimos del parque por la Place Neuve, una plaza impresionantemente grande donde se encuentra el teatro principal de Ginebra y también uno de sus museos más conocidos. Justo de camino hacia el hotel, paramos en una de las oficinas de información turística, en un islote justo en la desembocadura del río Rhône en el lago Ginebra (o Léman, para los franceses), donde nos atienden estupendamente y nos dan recomendaciones en español, porque la chica que nos atiende es española :D. Los reformistas:

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Volvemos al lago y paseamos hasta llegar al hotel. Nos ponemos los bañadores y… ¡a la piscina! Ahí tomamos el sol, leemos y tomamos una deliciosa caipirinha mientras nos tostamos (o nos ponemos rojitos, como el pobre Luis, tan blanquito él). Después de disfrutar un buen rato de la piscina, volvemos al hotel y nos quedamos medio fritos un rato… ¡qué siesta más tonta! Cuando nos despertamos, nos duchamos y arreglamos y preguntamos al conserje dónde podemos ir a cenar, pues nos apetece algo «suizo» tipo raclette, por ejemplo. El conserje nos recomienda un sitio concreto cercano que conoce bien y él mismo nos reserva mesa para las 20:30h. ¡Perfecto! Así que ya vestidos y arreglados, damos una vuelta por otro de los barrios más conocidos de Ginebra, el barrio de Pâquis, que con sus millones de restaurantes y bares tiene un ambientazo increíble. Así, paseando paseando, vemos las principales calles de la ciudad y hasta nos sentamos un rato en la Square du Mont-Blanc, una plaza-jardín donde se está divinamente. Allí, además, vemos varios cochazos (hasta el punto de que vemos muchísimos Porsche que, sin embargo, no nos sorprenden comparado con el resto de coches que vimos :D) con matrículas árabes pasar y haciéndose notar. Más que nada porque hemos visto antes esos coches, y son fácilmente reconocibles y lo único que hacen es dar vueltas a la ciudad para enseñar los coches… ¡estos ricachones!

A la hora acordada vamos a la Rue de Pâquis donde está el restaurante que nos ha recomendado el conserje: el Auberge de Savièse, un restaurante tradicional suizo especializado en fondues y raclettes. Nos sentamos en la terraza de una callejuela lateral, pedimos unas cervezas suizas para empezar con un platazo de jambon cru y nos decidimos por el raclette a gogó (es decir, tanto como quieras) con vinito blanco… ¡Madre cómo comimos! El camarero te trae un cuenco lleno de patatas asadas y un plato con un número (Luis tenía el 20, Laura el 21) con una buena porción de raclette. La raclette es un plato típicamente suizo que utiliza un queso de forma semicircular del mismo nombre, que se acerca a un horno de forma que toda la parte exterior se funde y se echa en el plato. El camarero apunta también el número del plato en boli en el mantel de papel. Así, siempre sirve el mismo plato de raclette a la misma persona… ¡y venga a traer platos! ¡Y venga a comer quesito! Buf, nos pusimos las botas… ¡estaba buenísimo! Cuando decidimos que ya había salido a cuenta el ‘a gogó’ (la porción individual costaba 6 francos, la versión a gogó costaba 33, así que se necesitaban mínimo 6 platos, y de hecho Laura repitió 6 veces y Luis 7 ^_^), decidimos pedir la cuenta e ir paseando hasta el hotel.

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Al llegar al hotel, vamos directos al Pool Garden, el bar/restaurante que está al aire libre, en la piscina. Los viernes hacen una fiesta especial, con velitas por todas partes, música en directo… así que para allá que vamos. Cogemos una mesita (todos los sofás están abarrotados… hay que reservar) y nos tomamos un delicioso cocktail especial de la casa: caipirinha de fresa… ¡qué maravilla! Y allí nos quedamos, escuchando música, charlando y bebiendo hasta que se nos empiezan a cerrar los ojitos y decidimos que es hora de subir a la habitación a dormir.

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Sábado 26 de julio
Desayunamos en una croissanterie de la Rue de Pâquis y desde allí mismo aprovechamos las tarjetas de transporte público gratuitas que nos dieron el día anterior en el hotel para coger el autobús nº 1 hasta el Jardin Botanique. Damos una buena vuelta por el jardín botánico, tras ver la sede de la WTO u Organización Mundial del Comercio, situada justo enfrente. El Jardín Botánico es gratis y la verdad es que está espectacular con millones de flores y colores… es un buen sitio para pasear, correr, ir con los críos (hay muchos stands explicativos y educativos), etc. Se está muy bien.

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Al salir, vamos directos hacia el Palais des Nations, sede de las Naciones Unidas desde 1966. Nos cuesta un poco llegar hasta la entrada (a nosotros y a dos parejas más, nos vamos siguiendo unos a otros, ^_^), porque hay que dar como la vuelta al edificio y entrar ‘por detrás’, pero bueno, al final lo encontramos, con la entrada justo enfrente del museo de la Cruz Roja y muy cerquita de la sede de la OMS (Organización Mundial de la Salud). A medio camino, eso sí, justo donde se encuentra la entrada ‘oficial’ de la ONU (que no la de los visitantes) encontramos la Place des Nations, donde se encuentran literalmente todas las sedes de literalmente casi cualquier organización que uno pueda pensar. Presidiendo la plaza está la Broken Chair, una enorme silla con una pata rota que hace referencia a las víctimas de minas antipersona. La escultura se terminó en agosto de 1997, justo para la firma del Tratado de Ottawa en diciembre de ese mismo año. En teoría la escultura era temporal, pero al haber tantos países significativos que no firmaron el tratado, la gente de Ginebra pidió que la escultura se mantuviera en su sitio, un poco como medida de presión.

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Después de hacernos fotos por la entrada oficial, toda llena de banderitas de los países miembros flanqueándola, y la plaza, seguimos subiendo, pasamos por delante de la Cruz Roja y finalmente llegamos a la entrada de las visitas guiadas. Pasamos el control de seguridad (le damos un pasaporte al guardia, toman los datos, te hacen una foto y te dan una acreditación molona, jejejeje) y decidimos coger la visita guiada en inglés, pues sólo tenemos que esperar 5 minutos (hay una visita en español, pero habría que esperar media hora o así).

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La visita guiada, que dura 1 hora, es muy interesante. Nos cuentan la organización de todos los cuerpos de la ONU, nos muestran las distintas salas de reuniones y nos cuentan que allí se realizan unas 8.000 reuniones al año, muchísimas más que en la sede principal de Nueva York y paseamos por el edificio principal, que entre 1929 y 1936 fue sede de la Liga de Naciones. Desde las enormes cristaleras, también disfrutamos de los jardines, el monumento de titanio donado por la antigua URSS en conmemoración a la conquista del espacio, la esfera armilar, las vistas del lago… en fin, una maravilla.

Al salir, decidimos echar un vistazo al Musée Internacional de la Croix Rouge et du Croissant-Rouge, que tiene una entrada muy representativa, con una escultura que dice mucho de las atrocidades de la humanidad. Estamos cansados y entrar cuesta una pasta, así que lo dejamos para otra ocasión y volvemos sobre nuestros pasos hacia la Place des Nations, pasamos por debajo de la silla, vemos algunos otros organismos oficiales como el ACNUR (que aunque a Jesús Vázquez le hayan mandado a Nueva York a hacerle embajador de buena voluntad, la sede principal está en Ginebra) y nos recorremos toda la Avenue de la Paix hasta coger el autobús nº 1 de vuelta al hotel. La entrada del museo de la Cruz Roja:

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Vamos directos al Pool Garden a comer. Laura se decide por el menú del día (de primero foie con ensalada; de segundo, ternera con salsa especial, verduritas y patatas al horno) y Luis se pide una ensalada de mozzarella y tomate con bourbon de vainilla para comenzar y también un corazón de ternera de Simenthal con salsa especial, verduritas y patatas al horno. Comemos de vicio, con una selección de panes especiales y para los postres vamos directamente al «carrito de los postres» donde podemos escoger lo que queramos. Luis se pide una copa de tres chocolates, mientras que yo me decido por una de frambuesa. ¡Todo buenísimo! (y carísimo, claro :D) En la terraza, a la sombra, mirando al lago, se está genial, pero después de comer nos entra un poco de sueñecito y como no hay muchas tumbonas a la sombra, decidimos subir a la habitación a echarnos una siesta. Al ratito, bajamos de nuevo a la piscina. El Pool Garden ya está cerrado y el sol se ha escondido entre las nubes, por lo que no hay nadie en la piscina ni sirven cócteles, pero… ¡se está de vicio! A pesar de que no hace sol, no hace nada de frío y el agua está casi mejor que el día anterior, así que nos damos un baño largo, leemos un poquito, charlamos… Y con toda la piscina y el Pool Garden para nosotros solitos… ¡qué relax!

Después de ducharnos y arreglarnos, bajamos a ver a nuestros amigos los conserjes (nos hemos hecho amigos suyos, y hasta se acuerdan del apellido de Luis, quizá porque los jeques árabes no son tan simpáticos como nosotros? ^_^) y les pedimos que nos reserven mesa en un restaurante asiático (más bien singapurés) que hemos visto en la Lonely Planet y que tiene muy buena pinta: Jeck’s Place. Es temprano y hemos reservado para bastante más tarde, así que decidimos dar un paseo alrededor del lago y llegar un poquito más lejos, al otro extremo de la ciudad. Cogemos las cámaras y ale, ¡a pasear! Que si Quai Wilson, Quai du Mont-Blanc, Pont du Mont-Blanc, Promenade du Lac, Quai Gustave Ador, pasamos el Jet d’Eau y llegamos a la llamada Baby Plage, una playa muy pequeñita pero acogedora.

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Cerca está el Parc La Grange, un parque enorme donde encontramos a muchos grupos de jóvenes y adultos haciendo picnics… ¡qué maravilla!

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Después de sentarnos un rato y ver cómo la gente disfruta de esta ciudad, volvemos sobre nuestros pasos y nos adentramos en el barrio de Pâquis, donde está nuestro restaurante. Lo encontramos sin problemas, aunque por fuera no sale el nombre del restaurante, sólo «Singapore Restaurant» y eso nos confunde un poco, pero vaya, entramos y… ¡qué olorcito más rico! ¡Qué aromas! Nos miramos y sabemos que hemos escogido bien, el Jeck’s Place tiene muy buena pinta, ^_^. La carta es impresionante, todo variedades de Tailandia y Singapur, ¡queremos probarlo todo! Pero al final nos decidimos por compartirlo todo. Pedimos de entrantes: brochetas de ternera satay, raviolis de cerdo al vapor (unos dim sum, vaya) y atún marinado con limón verde y cilantro… ¡riquísimo todo! No podemos escoger un favorito, porque los tres platos son muy diferentes entre sí, pero deliciosos todos ellos (vaya diferencia estos dim sum con los que a veces comes en restaurantes cutrecillos). De segundos, que también compartimos, Laura se pide el pato asado con curry rojo tailandés y piña (simplemente delicioso) y Luis el pato asado “diablo”, que está increíblemente bueno, con el exterior crujiente y con una salsa picantita. Todo acompañado con arroz blanco y cervecita Tiger, que es la marca singapureña más conocida… ¿qué más se puede pedir? Luis se atreve con los postres y se decanta por una sopa de leche de coco y hongos blancos que es un poco rara, se sirve caliente y nos dicen que es buena para la salud… ¡muy friki! Mientras que Laura se decide por algo más light, un heladito de mango. Cuando estamos terminando de cenar, empieza a llover muchísimo, con rayos y truenos, así que esperamos a que amaine la tormenta, pero… no amaina ni a la de tres, ^_^, así que al final, decidimos pasear bajo la lluvia de Ginebra y volver al hotel donde nos reciben nuestros amigos conserjes entre risas, ya que estamos empapados, jejejejeje…

Domingo 27 de julio
Remoloneamos un montón, hacemos las maletas y a la hora convenida hacemos el check out. Dejamos la maleta con nuestros amigos conserjes y decidimos ir a ver un barrio de las afueras de Ginebra, que parece que tiene un encanto especial: Carouge. Para llegar hasta ahí, decidimos ir paseando hasta el centro y en la Place Bel-Air coger el tranvía nº12. Hace un solazo impresionante hoy y en Ginebra siempre hay ambiente y gente tomando el sol, donde sea:

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Cogemos el tranvía y después de unas cuantas paradas, llegamos a Carouge que a simple vista es precioso… un barrio de edificios bajos, con cierto toque italiano y bohemio, con casas del siglo XVIII. Eso sí, se nota que hoy es domingo y está todo muy tranquilo, porque ni en la Place du Marché hay vidilla, ^_^.

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De todas maneras, paseamos un ratito por sus calles, alucinamos con ciertas casas y la belleza de ciertas calles y finalmente encontramos un restaurante abierto con terraza en el que decidimos comer, restaurante de comida italiana Au Boccalino. Tomamos unas cervezas (bastantes, de hecho, que hace calor, Laura se pide dos y Luis tres), compartimos una ensalada de jamón crudo y mozzarella, Luis se pide una pizza de jamón, salchichón y salami picante y Laura un calzone. Cafecito de postre para Laura, panna cota para Luis y ver el mundo pasar desde la terraza… :)

Cogemos el tranvía de vuelta al centro, cambiamos al autobús nº 1 y llegamos al hotel con tiempo para tomarnos unos gintonics en el bar fashion (estamos en Ginebra, no? ¡pues toca beber gintonics!) a la salud de Elena (compi de Laura en LoQUo), recoger la maleta, pedir un taxi y… ¡al aeropuerto!

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Iba a terminar aquí la crónica, pero no puedo resistirme a contaros que… ¡volamos en Business! No sabemos por qué, nadie nos dijo el motivo (y tampoco lo preguntamos, no fuera a ser una equivocación y se dieran cuenta, ^_^). Fue la primera vez que Laura volaba en Business y… ¡se nota! Mucho más espacio, periódicos de todo tipo, bebidas por doquier y un menú de Sergi Arola impresionante: tarrina de foie de pato, ensalada de pollo asado con uvas pasas y bastones de manzana verde, solomillo de novillo con costra de mostaza, queso, pastel de pistacho, aceites, pan y bebidas… ¡toma ya! Llegamos a casa y lo bueno fue que no tuvimos que preparar nada de cenar, pues ya habíamos cenado en el avión…

Fue un buen punto y final a una escapadita romántica perfecta, ;)

Besos,

Lau y Luis

–> Más fotos de Lau en su página de Multiply (3 álbumes).

–> Más fotos de Luis, cuando las suba, a su flickr (¡paciencia!).